Cuando estoy triste pienso en todo aquello que amo

Estar triste también es bueno. Es un signo inequívoco de estar vivo y consciente de lo que nos rodea. No existe una sola forma de sentir tristeza y todas las tristezas no son iguales. Acá comparto una que me vino a visitar hace un par de días.

¿Qué es lo que quiero para mi futuro? La pregunta vuelve a mí con mayor fuerza cada vez que estoy triste. Es desde la tristeza que miro con desdén mi presente y me angustio por los años que vendrán. La tristeza nos hace repensar las cosas. Al menos es así en mi caso. Lejos de sumirme en la parálisis y la inacción (algo que me sucedía de adolescente) empiezo a carburar planes y acciones para asegurarme de estar donde quiero estar en un futuro cercano. Todo esto no es más que un ejercicio que me distrae de mi pena. Escribir este texto, por ejemplo, es una forma de distraerme. Me distraigo a la vez que ordeno y esclarezco ciertos sentimientos. Me distraigo en el centro mismo del caos que quiero evitar, lo cual puede sonar contradictorio, pero no por eso menos efectivo.

Escribir es encontrarse.

Cuaderno en el que dibujo y escribo.

Cuando estoy triste pienso en todo aquello que amo. Enlisto la preciosa sabiduría de Joaquín, el mayor de mi manada. Le agrego los gorgoritos de Octavio y los cachetes de Martín. Pero una mujer es mucho más que sus hijos. Entonces me miro y otra vez me cuestiono ¿Lo que tienes es lo que quieres? Pensar y vernos en términos de pertenencia y posesión es ruin. Prefiero enfocarme en aquello que no se puede arrebatar. Mis sueños no se arman alrededor de lo tangible. Quiero lo extraordinario y por ello, quizá, esté condenada a una permanente insatisfacción. Pero eso ya lo he dado por sentado.

«Para mi futuro quiero muchas cosas que luego se me olvidan, pero lo que nunca cambia es el querer escribir para siempre.»

Me mantengo en movimiento en el día a día. Mi actividad física se impone a mis procesos mentales y termino el día tan cansada que apenas puedo articular con coherencia un ‘Buenas noches’. Me gusta que sea así. Dejar de sentir el cuerpo y sus reacciones químicas. El cansancio contribuye a centrarme en el presente. En lo inmediatamente posible. En la siguiente tarea a cumplir. Quiero y abrazo ese agotamiento porque sé que volverá el tiempo de tener tiempo y otra vez mi cerebro se encargará de armar una pista de obstáculos para lo que resta de mi carrera.

Observo mi presente desde todo aquello que he preservado, porque sin duda alguna, aquello que conservo es lo más valioso para mí. La pérdida es vital para seguir avanzando. Avanzar no es necesariamente ir hacia adelante. Cuando estoy triste le agrego leche a mi café, lo que es un sacrilegio, pero también un síntoma. Para mi futuro quiero muchas cosas que luego se me olvidan, pero lo que nunca cambia es el querer escribir para siempre. Eso no es un síntoma, es la mayor de mis certezas y esto me sirve para ser.


<strong>Karina Valcárcel</strong>
Karina Valcárcel

Escritora. Ha publicado los libros ‘Poemas Cotidianos’, ‘Una mancha en el colchón’, ‘Variaciones / Otros te[a]mores’; ‘Los abrazos largos’ y ‘Los abrazos largos-prosa’. Forma parte de las antologías: Rito Verbal, 2000-2010 (Elefante Ed.); Antología XVIII “Enero en la Palabra” (Cusco, 2014); Tránsito poético (Lima Lee, 2016); entre otras. Ha dictado talleres de creación literaria. Dedicó cinco años de su vida a recorrer los caminos de Perú para escribir crónica de viaje. Actualmente es editora en Machucabotones.

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