El río donde las piedras pueden moverse

Persistencia, confianza, decisión… ¿Qué nos hace capaces de hacer aquello que parece imposible? ¿Qué haría que una piedra lograra moverse sola?

—Pst… Pst… Amiga Piedra, ¿no te aburres de estar siempre allá, siempre en el mismo lugar? —preguntó el río.

—No —dijo con desinterés la piedra—. Me gusta mucho estar sentada aquí, lejos de la humedad de tu ribera.

—¡Vamos! Alguna vez debes haber tenido curiosidad por ver qué hay más allá de mi ribera.

—¿Por qué querría ver más allá? —frunció el ceño la piedra—. Aquí tengo toda la tranquilidad y sequedad que una piedra podría desear: el sol me calienta por las mañanas y, por las noches, cuando el bosque se vuelve frío, estos arbustos y la copa de este árbol me cubren.

—Podrías encontrar lugares tan cómodos como ese al otro lado de mi ribera —dijo el río.

La piedra miró con seriedad al río y le respondió:

—Cuando las piedras nos sentamos en una superficie, no nos movemos nunca más.

—Eso no es cierto —replicó el río.

—¿Cómo que no es cierto? —se apresuró a decir la piedra—. Toda piedra sabe que cuando reposa en una superficie, no debe moverse de allí.

—Yo he visto piedras moverse —afirmó el río.

—¿Qué? ¡No es posible! —exclamó sorprendida la piedra—. A mí me enseñaron que solo el viento, el agua y los seres vivos van adonde quieren. Las piedras no. No pueden moverse. ¡Nunca!

—Pues yo te digo que he visto piedras moverse —insistió el río.

—¡Deben ser piedras rebeldes! ¡Qué tal cosa!

—Rebeldes o no, esas piedras se mueven, ¿te gustaría verlas?

—¡Por supuesto! ¡Debo enseñarles a esas piedras cómo comportarse! —dijo la piedra, convencida de que ella era la responsable de hacer entrar en razón a sus hermanas.

—¡Bien, te las mostraré! Pero debes hacer algo primero —advirtió el río.

—¿Qué tengo que hacer?

—Tienes que acercarte a mi ribera.

—¡Pero eso no es fácil! ¿Cómo me voy a acercar a tu ribera si yo no puedo moverme sola? Necesito que algo me empuje.

—No hay problema. Llamaré a mi amiga Lluvia —le dijo el río a la piedra. Luego miró hacia el cielo y empezó a gritar—: ¡Lluvia! ¡Lluvia!

Los gritos del río alcanzaron a Lluvia, que descansaba sobre las nubes densas que cubrían el bosque.

—¡¿Qué quieres, Río escandaloso?! ¿No ves que estoy descansando? —respondió la lluvia molesta.

—¡Lluvia, necesito que me ayudes! —gritó el río.

—¡No me dan ganas! ¡Menos ahora que me has despertado!

—¡Pero tú me debes algo!

—¿Qué te debo yo a ti? —preguntó ofuscada la lluvia.

—Yo llevo tus aguas por todo el bosque. Hago que seas amada y esperada por todos los seres vivos que habitan aquí. Sin mí, tú no llegarías muy lejos —dijo muy orgulloso el río.

—Otros ríos pueden hacer lo mismo que tú haces —respondió con indiferencia la lluvia.

—No lo creo, amiga Lluvia. Recuerda que ningún río en este bosque es tan extenso como yo. Yo puedo hacer que llegues más lejos aún —propuso el río.

Las palabras del río despertaron el genuino interés de la lluvia.

—Y dime, ¿cómo harías eso, mi buen amigo Río? —preguntó la lluvia amablemente.

—Llevaré tus aguas hacia otros ríos. Así más seres vivos correrán la voz de tus bondades y te amarán.

—¡Eso me gusta! —dijo la lluvia con entusiasmo—. ¿Cómo puedo ayudarte?

El río, satisfecho por haber convencido a la lluvia, respondió:

—Solo necesito que te asomes entre las nubes y te dejes caer sobre este bosque.

Imagen cortesía de la autora.

La lluvia empezó a caer y conforme arreciaba sobre el bosque, sus aguas caían desde la copa de los árboles hacia los troncos y las hojas de los arbustos. Llegó al suelo, donde reposaba la piedra, hasta la ribera del río y formó grumos de tierra en el bosque.

El río se volvió a la piedra y le preguntó:

—¿Ya estás lista para ver a las piedras que se mueven?

—Sí, amigo Río. ¿En qué dirección debo mirar para encontrarlas? —respondió la piedra.

—Desde allá no podrás ver a las piedras que se mueven. Tienes que acercarte a mi ribera —insistió nuevamente el río.

—¡Te dije que no puedo ir hasta allá sola! —dijo con enfado la piedra—. Necesito que algo me empuje y no veo nada cerca que pueda hacerlo.

—¡Pero qué cabeza dura! —gruñó el río—. ¡La tierra! —le dijo a la piedra—. Ahora que la tierra está mojada por la lluvia, puedes resbalarte sobre ella y llegar hasta acá.

La piedra miró a un lado y al otro, para asegurarse de que la tierra donde reposaba estaba mojada y resbalosa.

—Río —dijo la piedra al fin—, solo me acercaré unos momentos a tu ribera, pero si descubro que me mientes, no te volveré a hablar hasta que la nieve me cubra y tus aguas se congelen —sentenció ofuscada.

—Tienes mi palabra de que verás lo que te he prometido —respondió el río con serenidad.

La piedra comenzó a rodar sobre la tierra resbalosa hacia la ribera del río.

—Bien, ya estoy aquí, ¿dónde están? —preguntó la piedra, buscando a sus hermanas en la ribera del río.

—Aquí hay una —respondió el río.

—¡¿Quéee?! ¡¿Vine hasta aquí por una sola piedra?! —exclamó airada.

—Es una piedra muy especial —dijo suavemente el río.

—¡Pero no la veo! ¡Sabía que me estabas mintiendo! —se apresuró a decir la piedra.

—¿Cómo que no la ves? —contestó el río—. Mira mis aguas. Allí encontrarás su reflejo.

Aún con dudas, y en un último intento por poner en evidencia la mentira del río, la piedra miró sus aguas, buscando a la piedra de la que hablaban.

—¿Esa es? —preguntó con extrañeza la piedra.

—¡Por supuesto que esa es! —dijo el río con entusiasmo.

—¡Esa piedra soy yo! ¡Mentiroso! ¡Tú me dijiste que vería a las piedras que podían moverse!

—Y yo he cumplido mi promesa, mi querida amiga Piedra —afirmó con serenidad el río—. Te estoy mostrando la única piedra que puede moverse porque es la única que lo ha decidido.


<strong>Arlette Santibañez Mestanza</strong>
Arlette Santibañez Mestanza

Narradora de historias, asesora pedagógica y psicoterapeuta. Estudió psicología y educación en la PUCP y se formó como psicoterapeuta en el Instituto de Terapia Racional Emotiva (ITRE). Ha sido docente voluntaria en proyectos socioeducativos dirigidos a niños y jóvenes en Perú y en Colombia. Viajera y fotógrafa por afición. Ama las novelas de ficción histórica, las artes escénicas y las infusiones aromáticas hechas en casa, cree que son magia pura.

 

 

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