¿Estaría conmigo como pareja?

Cierra los ojos y ve dentro tuyo. Analízate. ¿Estarías contigo mismo? ¿Te aguantarías? ¿O «patitas pa’ que te quiero» echarías a correr?

No, difícilmente me soportaría como pareja. Soy controladora, demasiado suspicaz y enfocada en cuestiones que realmente no resultan trascendentes. Por ejemplo, si mañana muriera, ninguna de las preocupaciones que tengo el día de hoy valdrían la pena. Tendría que ser sumamente libre, con tendencia a perder el rumbo, para poder amar a alguien como yo. Tampoco se espanten de mis palabras, porque eso no quiere decir que no me guste ser quien soy, pero seamos realistas, una persona con temor a la aventura, a la que le cuesta —incluso a veces le molesta— romper con la rutina, no es atractiva para nadie. Bueno, para nadie joven —disculpen la ofensa, viejos aventureros.

La Yvette que traicionó a su yo adolescente.

Para muestra, un botón:

Desde hace veintisiete años vivo en el mismo lugar, que es el lugar más lejano del mundo, pero eso solo me incomoda a veces. Mis amigos los adiciono con los años, pero a quienes más amo son a los que conocí hace más de veinte. Mi mamá me sigue atendiendo a mis casi treinta y eso no me incomoda en lo más mínimo, es más, es un placer culposo.

Ahora veo que he traicionado a mi yo adolescente, que hacía llorar a mi mamá cuando le decía que se independizaría a los dieciocho, influenciada por las series gringas que veía y que ahora considero el principal motivo por el que la gente busca mudarse, tener su propio lugar, conseguir “roomies”. Para qué gastar dinero en un lugar propio —casi siempre alquilado— y en todo lo que este conlleva, cuando puedes compartir gastos en casa y encima lograr que te engrían cada cierto tiempo, o constantemente como en mi caso. ¿Vieron? Ya me puse en plan de juzgar en vez de concentrarme en responder la pregunta, lo que suma razones al porqué no estaría conmigo misma.

«… mis largas sesiones de lectura terminan en buscar libros en Communitas, agregarlos al carrito virtual y nunca comprarlos».

Otro tema es que me gusta estar sola, no en el sentido de no tener pareja, sino al de estar conmigo misma.  Amo esos momentos en los que estoy sola pensando en lo que me falta hacer, soñando que cada día me voy a cultivar más, que seré más constante en mis lecturas, que terminaré todos esos libros que me he comprado hace más de cinco años para poder comprarme la lista de libros que tengo pendiente. Pero como me gusta traicionarme, mi reflexión se muda al Instagram y me quedo allí por horas y mis largas sesiones de lectura terminan en buscar libros en Communitas, agregarlos al carrito virtual y nunca comprarlos. Esa inconsistencia no se la soportaría a una pareja, no la toleraría. Yo me tolero porque en fin, tengo que convivir conmigo misma y seguir adelante pese a como soy, pero no me pidan que me ame como pareja.

Paso.

Ustedes definitivamente también me pasarían con esto último que voy a decir: soy abogada. Así es. Suficiente información para que salgan corriendo, pueden irse espantados. Ni yo sé por qué terminé siendo aboga. Bueno, la verdad es que sí lo sé. Estupideces de adolescente. Pensé que era la carrera más cercana para poder ser política. Evidentemente, ahora no quiero ser ninguna de las dos cosas, ni abogada ni política. Pero por lo menos el Derecho me da para comer y solventar mis gustos, así que no seré mal agradecida con mi profesión. No obstante, recalco que soy abogada, y todos saben que los abogados somos monstruos que vivimos de los conflictos ajenos, ni siquiera de solucionarlos, sino de sacarles el mayor provecho. Por supuesto que hay maneras de ser abogado y disminuir el daño que haces a la sociedad. Créanme que trato de desenvolverme en el lugar menos nocivo, pero ni por eso, al analizarme como pareja, estaría conmigo misma. Es un no contundente.


<strong>Yvette Sanguineti</strong>
Yvette Sanguineti

Tiene 29 años y es abogada de profesión, mas no de corazón. Ha decidido no tomar nada en serio, salvo escribir. Fue alumna del taller #CreaTuBlog.

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