«Padre Rumi, el mirador del cielo»

Este es un fragmento de «Padre Rumi, el mirador del cielo», cuento de la escritora peruana Faviola Lazo Guevara. En él reluce un tema que en esta época es motivo de reflexión: el valor del amor familar. El deseo de superación también está presente. Aunque está dirigido principalmente a niños, sin duda los adultos podemos también aprender de este libro.

Mirco y su familia miraban las estrellas, buscando las constelaciones. Ellos estiraban los brazos y con las manos intentaban alcanzarlas, ¡pero su padre no podía!

Mirco creía que era por el cansancio.

Lamentable y tristemente, el papá de Mirco no estaba cansado; todo ese tiempo había estado ocultando una grave enfermedad.

La muerte, que estaba rondando hace mucho, había llegado ese día para cumplir su misión. Sin embargo, no fue tan mala como suele parecer: permitió que Mirco y su taita pasen ese último día juntos y en su lugar favorito.

Mientras estaban recostados mirando las estrellas, el papá de Mirco, presintiendo ya que sus fuerzas se acababan, dijo:

—Hijo, recuerda que siempre estaré contigo; cuando sientas que me necesitas, acá estaré, y no olvides que te amo. Ahora tú serás el mayor de la casa y deberás ser fuerte —su voz era suave, acompañada de una tos que ya ni se sentía.

—Pero, taita, ¿por qué dices eso?, ¿qué está pasando? ¿Es por lo que hablaban mamá y tú aquella noche? Taita, no quiero que nos dejes. ¿Acaso te vas a morir? ¿Por eso no puedes jugar y siempre estás tan cansado y con esa tos que no te deja? —dijo Mirco entre sollozos—. Es mi culpa, ¿verdad, papá?, por habernos mojado esa noche. Tú me cuidaste del frío y de la lluvia y te quedaste desprotegido, ¡es mi culpa, es mi culpa! —gritaba Mirco.

Los hermanitos de Mirco se habían ido a jugar con los otros niños; la mamá se había recostado al lado de su marido y le había tomado la mano. Estaba escuchando lo que ellos decían, con lágrimas en los ojos y una mirada de resginación.

—No es tu culpa, hijo —decía la madre llorando—. Esa enfermedad que devora la salud de tu padre es de antes, de mucho antes.

«Padre Rumi, el mirador del cielo». Fotografía proporcionada por la autora.

—No es tu culpa, hijo, es solo el tiempo… —la tos interrumpió al papá de Mirco—. ¿Ves esa estrella, la más grande y luminosa? Esa es mi estrella, mi tiempo en la tierra ya terminó y me iré allá, regresaré a mi estrella y ahí estaré observándote. Cuando quieras hablar conmigo, tan solo regresa aquí, este será nuestro lugar. Recuéstate y mira al cielo, búscame en esa estrella y háblame; yo te escucharé y te daré la fuerza que necesitas para seguir.

—No, taita, no digas eso. Yo te quiero aquí conmigo, no te quiero en esa estrella, quiero que estés a mi lado; además, nunca podré alcanzar esa estrella. Si tú no estás conmigo, no podré alcanzar ninguna estrella.

—Hijo —dijo el papá haciendo esfuerzos para hablar—, no digas eso. Tú puedes porque todo lo que necesitas ya lo tienes, está en tu corazón; recuerda que somos polvo de estrellas —y ya con una voz casi inaudible e interrumpida por la tos añadió—: Prométeme que, cuando sientas que explotas por dentro, harás que toda esa energía se convierta en algo maravilloso. Aprende y sé mejor; no permitas que la nada se apodere de ti, no conviertas tu vida en un agujero negro.

La madre lloraba desconsolada y apretaba muy fuerte la mano de su marido. Mirco, con una voz lastimera y ya sin esperanzas, dijo:

—¡Sí, taita, te lo prometo!

El papá dio un profundo suspiro, cerró los ojos, soltó la mano de Mirco y de su mujer.

—¡Taita, taita, taita! —gritó muy fuerte Mirco.

En ese instante, la mujer, al ver que su marido cerraba los ojos y daba un último suspiro, lo abrazó con tanta fuerza que pareció que sus cuerpos se unían en uno solo.

Mirco sintió que algo se quebró en su corazón. No sabía exactamente qué, no sabía si lo que sentía era rabia, frustración, culpa; todo era como una pesadilla. Lo único que sabía con certeza era que una parte de él se moría con su padre. De pronto, el llanto inundó su rostro y, junto a su madre, se unió a ese último abrazo con el cuerpo aún caliente de su taita ?


Faviola Lazo Guevara, además de escritora, es educadora, terapeuta de lenguaje, narradora oral y empresaria. Dirige DE DO PINGÜE, empresa que forma niños y niñas a través del arte en diferentes espacios, tales como el hogar, la escuela, bibliotecas, centros culturales, etc.

Durante esta cuarentena Faviola transmite narraciones de cuentos a través de Facebook Live. Una de sus narraciones aquí.

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