¿Puede ser, después de todo, una felicidad este encierro?

La pandemia nos ha encerrado no solo en nuestras casas, sino también en nuestros pensamientos. En el relato de Alejandro encontramos reflexiones poderosas que se mezclan con el día a día familiar. Conoce un poquito de esa vida a continuación, en estas ‘Notas del encierro’.

Día 1

¿Puede ser, después de todo, una felicidad este encierro? Hoy no fue un día malo. Todo lo contrario. Sentarse a hacer tareas con Lucía fue bonito. Sus clases virtuales funcionaron bien. Si pasáramos todos los días así, enseñándoles a nuestros propios hijos a aprender, si nos hiciéramos cargo de su educación, ¿cómo serían nuestras vidas y relaciones con ellos? ¿Qué nos enseñarían ellos a nosotros? ¿Qué aprenderíamos de nuevo? ¿Qué hemos olvidado con los años?

Podríamos descubrir una vocación nueva o una que olvidamos por culpa de nuestra educación enemiga del amor por aprender.

Mi esposa se encargó de poner las cosas en orden. Debemos tener una rutina. Nos angustia terriblemente no tener una. Pienso: “Entonces, ¿por qué es que nos quejamos de la rutina?” De todos modos, tuvo algo de poético el orden que instauró para que el día no se nos pasara mirándonos las caras, en medio de la inacción y el desasosiego. Como toda situación nueva, la vida nos irá mostrando lo que hay que hacer para afrontarla. Planear a veces es inocuo, sobre todo cuando el día a día nos muestra las fuerzas de la vida y la muerte.

Luego, en la tarde, trabajar en casa. Reuniones por videoconferencia. El trabajo de oficina no cambia si se hace en la casa o en la oficina. Pero el último año me ha enseñado que es muy difícil conseguir momentos de concentración con hijos pequeños y una esposa que espera nuestra ayuda en diferentes menesteres. La oficina se convierte en un espacio propio que nos saca de la cotidianidad del hogar, el cual puede volverse agobiante y estresante. Creo que el año que estuve trabajando en casa me ha preparado para esto: entender los beneficios y perjuicios del encierro y sus efectos emocionales en la familia y el trabajo.

Redes, memes, llamadas de amigos y familiares. Compartir la experiencia. Hacer parte de. Pertenecer. Pertenecer a esta humanidad hoy homogenizada y banalizada por este fenómeno global de las redes sociales, con conversaciones extraídas de las noticias y los medios antisociales. ¿No estamos ya un poco acostumbrados a este autoaislamiento? ¿No es acaso el objetivo de esta crisis darnos cuenta hasta qué punto nos hace falta el contacto, y la identificación por el gesto y el acento? El otro que también es el Yo. El otro que es una parte esencial en la construcción de esa necesaria ilusión del Yo. La identidad propia que se elabora con el otro, pues siempre nos está preguntando consciente o inconscientemente lo que somos y no somos. Por eso yo me pregunto: “¿Quiénes seremos mañana si la pregunta esencial nos llega más por WhatsApp, Facebook o Twitter, que por el roce, el gesto y el acento?”.

«Como toda situación nueva, la vida nos irá mostrando lo que hay que hacer para afrontarla. Planear a veces es inocuo, sobre todo cuando el día a día nos muestra las fuerzas de la vida y la muerte.»

Día 2

Muchas realidades y muchas impresiones. Mi casa es un lugar apacible. Lucía es un ventarrón de alegría y fiesta. Hasta renegando porque le toca hacer tareas me divierte con sus ocurrencias.

—Hija, ¿soy la mejor mamá del mundo? —le pregunta mi esposa.

—Te voy a dar una última oportunidad para convencerme —le contesta, y se levanta de la mesa para que su mamá no la agobie más con los deberes, a ver si por ese lado le cuaja la cosa.

Luego empieza a jugar con Matilde y las dos carcajean. ¡Es un placer verlas!

Terminan sus rutinas y en la tarde mi esposa se inventa ejercicios de yoga. Yo estoy sentado en el balcón leyendo Ríos profundos de Arguedas. De pronto totean de risa haciendo las posiciones y me obligan a verlas. Ni siquiera la prosa tan bonita del libro me parece comparable a la imagen de las tres haciendo maromas muertas de risa.

Lucía descubriendo las posibilidades del encierro. Foto del autor.

Luego llega la fruta. Me bajo a recogerla, y por primera vez me asomo a una avenida desde el domingo. Mi apartamento es interior, por lo que no tiene vista a una vía importante. Se ven los techos de las casas de la urbanización Country y algunas vías no principales. Hasta ese momento mis días no han tenido nada diferente a un domingo o un día de fiesta. Quiero ver cómo se ve la Javier Prado desde la portería. Salgo al andén, la miro. Ni a las tres de la mañana que salgo a veces para el vuelo de Talara he visto tan poco carro. Los que veo pasar pasan despavoridos, como con ganas de llegar al fin a algún lado, o como si quisieran evadir los retenes. Me lleno de angustia y me devuelvo rápido a mi remanso. Ver a mis hijas felices y riéndose me da tranquilidad.

Llevamos dos meses desde la última hospitalización de Matilde, y cinco, desde su última convulsión febril. A nosotros que hemos pasado por estas angustias nos da tranquilidad la forma en que el gobierno está enfrentando la crisis. Me preocupa, eso sí, ese temperamento latino de querer “sacarle la vuelta a la norma”, como hoy dijo Vizcarra. Las dos cosas tienen que funcionar bien en esta crisis: el gobierno y la cultura de la población. Si cualquiera de las dos falla, los mecanismos se vuelven insulsos. Decretos como tantos otros que se pueden quedar en la inoperancia y la futilidad.

A las ocho oigo aplausos. Bajo el volumen del equipo, dejo a Matilde en el estudio, y salgo al balcón. Encuentro que en todos los edificios alrededor están aplaudiendo a los que están en las calles. A los que están poniendo su integridad en juego para que podamos estar más tranquilos y seguros. Eso es lo que realmente quita el susto, devuelve la esperanza y me deja agradecido con este país y su gente que me ha humanizado tanto, que me ha vuelto más consciente del valor de la vida. Aquel valor que Mockus tuvo que inventarle una campaña diciendo que la vida es sagrada, como si eso no debiera darse por hecho.

Luego el anuncio de Duque, el presidente de Colombia, me quita mi débil confianza en el género humano. Escribo esto en Facebook:

Acá Vizcarra hizo las cuentas claras a todo el mundo: De 3000 pruebas, 60 infectados, 13 hospitalizados y tres con respirador mecánico. Perú tiene capacidad para 200 respiradores (dicen). Cuando lleguemos a los 8000 casos (o menos) se va a copar la capacidad de las UCI. ¡Solamente con los del coronavirus! ¿Y los otros que requieran UCI? Se van a morir. Así son las cuentas. No salgan. Hagan por ustedes lo que el inepto gobierno colombiano no es capaz de hacer por la gente que lo mantiene, y a la que juró servir. No ha hecho sino hundirla más en la desesperanza. Por ellos, que nos muramos todos, pero que la economía no se caiga. Porque la economía es para ellos: para los que roban, los que matan, los que tienen poca o nada estimación por la vida. ¿Será imbécil, o será maligno este (sub)presidente Duque? No sé. Pero decretar a partir del viernes el aislamiento para los mayores de 70, cuando está más que demostrado que lo único eficaz es el aislamiento total, salvo los sectores dedicados a los servicios y bienes de primera necesidad, es un crimen de estado. Estoy furioso por mi hija, mi familia, mis amigos y todos mis seres queridos.

Día 3

Me despierto y consulto en Facebook las reacciones de lo que publiqué anoche. Nos imaginamos que estamos haciendo algo porque protestamos en las redes. A esto me refería con lo que escribí el primer día. ¿Será que de ahí sacan provecho las redes de nosotros: de la ilusión que nos dan de pertenecer a algo, y de sentir que hacemos mucho cuando protestamos a través de ellas? Razón tienen mis amigos que se burlan cuando me molesto en los grupos de WhatsApp. ¡Qué horror! ¿Qué ciudadano para el mañana están creando estas redes? Pertenecemos a lo virtual, a lo irreal dentro de la realidad que nos abruma. De verdad creo que nos dan la falsa sensación de no ser impotentes ante lo irreversible, de poder cambiar lo inevitable, de poder hacer lo que no está en nuestras manos. De eso están hechas esas redes.

Familia antes de la cuarentena. Foto del autor.

La rutina de las clases de Lucía ha continuado. Menos mal mi esposa tiene los pies bien puestos en la tierra y hace un enorme esfuerzo para no perder la paciencia. Ella es fuerte. Sigo consultando el WhatsApp todo el día. Peleo con el grupo de amigos por el chat, como si eso sirviera para algo. La indignación por lo que está pasando en Colombia me enferma y decido cerrar el computador. Ya no quiero ver el dólar, ni el precio del petróleo, ni el aplicativo del mapa del coronavirus, ni nada. Me voy a enfermar si sigo así. Mi esposa me pide que lo haga por mi bien. Hoy, los memes ya no llegaron en las cantidades de ayer y antes de ayer. La creatividad se va mermando. Me dedico a cuidar a Mati: es mi forma de aportar en los quehaceres de la casa.

En la tarde me acuesto a dormir. Anoche me he desvelado y la siesta será reparadora. Luego me pongo a trabajar un rato en Excel revisando cosas de la oficina. Termino y más malas noticias de Colombia. Más preocupados por quién manda a quién, que por tomar las medidas a tiempo. Derogan los toques de queda de los departamentos y ciudades que, ante la inacción del gobierno central, toman las decisiones. El gobierno solo está pensando en la economía y en estímulos para que no entremos en recesión. Se demoran en tomar las medidas y cada día que pasa la curva se inclina más. Me desespero y me lleno de pesimismo. ¿Cuántos muertos nos va a costar la indolencia de ese gobierno? Mi esposa se persigna y toca madera. “No seas pesimista” me dice.

«La solidaridad humana otra vez a las ocho de la noche en los balcones. Aplaudimos y nos hacemos parte de algo. De algo real, al fin.»

Mi esposa había acordado cantarle el cumpleaños por video conferencia a nuestra amiga Angela. Se habían citado a las cuatro. Saca una torta decorada con una vela de unicornio (muy apropiado el símbolo para la ocasión) y cantamos y apagamos la vela. Se toman tres de ellas una copa de vino y brindan. Conversan. Esa solidaridad de mi esposa siempre me conmueve. Cuando le digo que eso es lo que más me gusta de ella, se molesta, pero es verdad.

La solidaridad humana otra vez a las ocho de la noche en los balcones. Aplaudimos y nos hacemos parte de algo. De algo real, al fin.

Es tan duro no poder abrazar a los que están lejos y decirles lo mucho que los queremos. Es muy duro estar lejos del país. Hoy cancelaron oficialmente el vuelo de mi hija Mariagas que venía en semana santa.

Lucía viene a darme las buenas noches, o a rescatarme mejor:

—Papá, mañana es el día del hombre porque es el día de San José.

—¿De verdad, hija? —me acabo de enterar por ella— Entonces, ¿ mañana me van a atender mis chicas todo el día?

—Claro papá, si es tu día. Buenas noches.

—Buenas noches, mi cielo.


<strong>Alejandro García Manrique</strong>
Alejandro García Manrique

Es papá de Maria Gabriela, Lucía y Matilde, e ingeniero industrial de la Universidad de Los Andes (Colombia). Es colombiano de nacimiento, pero vive y trabaja en Perú. Lee por amor y escribe para sanar y tolerar mejor a los fantasmas: «Con la profesión llevo el pan a la casa. Con la lectura y la escritura le doy de comer al alma». Fue alumno de Machucabotones los años 2018 y 2019.

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