Rossella Di Paolo: «Cada quien tiene su tiempo para descubrir su vocación»

La primera vez que me reuní con Rossella tenía nervios. Yo era un escritor que no leía ni escribía poesía; así que temía que la conversación tomara un curso en el que todas mis respuestas fueran no: «¿Has leído a…? No ¿Conoces el poema…? No». Estuve seis semanas como un topo en sus clases: con la cámara y el audio siempre apagados. Me mantenía «en las sombras», como decía ella siempre que me despedía antes de darles pase a los alumnos. Aprendí sobre poetas y corrientes literarias. Escuché el diálogo entre ella y los alumnos, y entre los alumnos mismos. Deseé haber aprovechado más mis horas de Literatura en la escuela. Sentí nostalgia. «¡Ojalá mi maestra me hubiese enseñado como ella!». Contándome sus experiencias, lo que la poesía significaba para ella, hablando de qué otras artes se había influenciado, recitando los poemas con voz calma. Puedo decir que con Rossella entré al mundo de la poesía, y que ya escribí Mi Primer Poema.

¿Cómo fue tu experiencia en el taller?
Se formó un bonito grupo. Mandaron poemas de “presentación”—creo que tuvimos como veintitantos matriculados—, y a partir de ellos, algunos muy buenos, empezamos a trabajar. Logramos revisar todos a lo largo de las seis semanas que duró el taller. Todos los poemas. Incluso los pequeños que mandé como tarea. ¿Te acuerdas que les pedí que escribieran sobre una taza, sobre su taza engreída a la hora de tomar desayuno? Porque se suponía que existía una cosa afectiva respecto de la taza, si es que tenían una favorita. Algunos me dijeron “No, yo no tengo ninguna taza favorita”; entonces les dije “No importa, habla sobre eso”. Lo que caía, caía. Hemos logrado todo. Todos los poemas que los alumnos mandaron, todos los llegamos a revisar. Y la revisión fue una cosa simpática. Porque como eran personas entusiastas, aceptaban los comentarios, las críticas, las observaciones, muy deportivamente. Además, no solo venían de mí, venían también de sus compañeros. Y eso reforzaba todo lo que yo pudiera decir, o no. Dependía. Fue muy bonito.

Así es. Hubo mucho diálogo. Y eran personas que tenían distintas profesiones. Recuerdo el primer día que se presentaron y había personas de ingeniería, de contabilidad; algunas sí relacionadas al arte. Una chica venía de las artes escénicas.
Sí. También de geografía, de artes gráficas, había hasta médico. ¡Un biólogo! Fue un grupo bien heterogéneo. Eso me gustó, porque se podía entrar a distintos mundos. Y si esas personas tenían la necesidad (no habiendo estudiado literatura) de escribir poesía, ¿qué mejor prueba de lo necesaria que esta puede ser para nuestras vidas? Que no es un lujo. Cualquier persona, de cualquier profesión, en cualquier circunstancia, está cerca de sus emociones. Las personas no estamos alejadas de ellas; nos acompañan las 24 horas del día. Y la poesía es una forma de expresarlas.

¿La poesía cura?
Claro. ¿Cuál es la teoría del psicoanálisis?: Hablar cura. En la psicoterapia le estás hablando a un analista, y al hacerlo, al darle forma a todo el laberinto que tienes en la cabeza, ya te estás curando. La poesía, la novela, el cuento, el teatro, es hablar también. Pero no a alguien que está sentado delante de ti, sino al papel que sabes más adelante lo leerá otra persona. Pones negro sobre blanco el caos que puedas tener en la cabeza, y con eso vas lamiéndote las heridas de alguna manera.

Le das voz al inconsciente.
Así es. Hay que dejar trabajar al inconsciente. En cosas que la mente no controla, el inconsciente está haciendo lo suyo, está haciendo su chamba. No pretendas plantear un poema el lunes y acabarlo el martes, porque tu inconsciente sigue dándole vueltas a ese tema, a esa emoción. ¡Dale pues espacio!, para que ese tema, esa emoción, se relacionen con otros temas, con otras emociones, y entonces se configure un poema más sólido. No se puede despreciar algo tan poderoso como el inconsciente. Esa fue una gran lección de humildad que tuvimos que aprender los seres humanos. Hubo tres lecciones de humildad: Primero, que la Tierra no era el centro de todo. Segundo, que descendíamos (no directamente) de la escala zoológica. Y tercero, que no está todo en nuestra cabeza, sino que a veces hacemos cosas que no sabemos por qué, y es el inconsciente que nos ha llevado a hacer eso. Esas fueron las tres lecciones de humildad. Con Freud, con Darwin, con Copérnico.

«Cualquier persona, de cualquier profesión, en cualquier circunstancia, está cerca de sus emociones. Las personas no estamos alejadas de ellas; nos acompañan las 24 horas del día. Y la poesía es una forma de expresarlas».

Pero no es suficiente con sentir, ¿no? —Para desarrollar la poesía me refiero—. Sino que también hay que estudiar lo que se ha hecho en ella.
Si uno quiere asumir la poesía en serio, claro. Porque también podría escribir para él mismo, para ella misma, o para el pequeño círculo familiar y sus amigos. Si busca que su poesía trascienda, que llegue a otros lugares, tiene que tener disciplina, como en todo. Nadie se va a poner a construir un puente si no ha estudiado ingeniería. Igual pasa con la pintura: si uno no estudia cuáles son los colores primarios, está un poco en la Luna. En la poesía es lo mismo. Quizá a algunas personas esa parte no les hubiese interesado, aunque yo noté que sí. Porque cuando les pedí que volvieran a corregir sus poemas, estuve muy contenta con los resultados. Llegaron a asimilar las clases, lo que yo decía: diferenciar buena poesía de poesía trivial.

De salchipapa, como decías.
De salchipapa… Te acuerdas, ¿no? Había gente que creía que había que usar sí o sí la rima. No se habían enterado de que ya había existido Vallejo y que Vallejo había defenestrado una cosa como la rima. Aunque le costó, porque el primer libro de Vallejo todavía tiene poemas con rima. Después vamos viendo cómo se va despegando de eso. Fue interesante hacer ese trabajo.

¿Cuánto hace el talento, cuánto hace el trabajo duro?
El talento, sí, yo sí creo que uno nace con ese gusto, con esa gana. Pero también es importante el contexto. Por ejemplo, en mi casa había muchos libros, una buena biblioteca, mis padres leían. Nos tenían prohibido ver tele durante la semana: o era jugar en el jardín, o era leer, o era hacer las tareas, no había otra. Yo ni me acuerdo en qué momento hacía las tareas, porque me acuerdo siempre estar leyendo novelas. Entonces sí, hay algo que es talento innato. Pero lo demás es trabajo. Está bien, uno agradece el primer verso; siempre dicen que el primer verso te lo regalan los dioses, pero el resto es tu trabajo. Corregir, esa cosa tan importante que es corregir. Creo que logré quitarles de la cabeza (si es que tuvieron esta idea) de que corregir era algo que denigraba el trabajo poético. Porque yo sé que hay gente que tiene ese prejuicio, como el mismo Javier Heraud: “Yo escribo y no corrijo nada”, imitando a lo que puedan decir los poetas jóvenes. Esa especie de altanería: “¿Para qué se va a corregir la poesía? La poesía es espontaneidad”, creyendo equivocadamente que la espontaneidad es un recurso de la poesía. No. El poema puede parecer espontáneo, pero tú has estado trabajándolo. Esa es también la gracia: que parezca que salió así. Como los pintores. ¿Recuerdas el ejemplo que ponía yo? ¿Cuántos años se demoró Leonardo pintando la Mona Lisa? Más rápido hubiese sido hacer un smile. Un círculo, dos ojitos, la boca y punto, pero ¡ay!, una cosa es arte y otra cosa es lo lúdico.

La naturaleza siempre ha estado con Rossella.

Ahora que mencionas a Javier Heraud, él trabajó mucho tiempo imitando el estilo de los poetas que leía hasta que encontró su propio estilo, ¿no?
Sí, y lástima que ahí justo muere. Él tenía una gran admiración por Antonio Machado, se puede notar su influencia. Esto decía Antonio Cisneros: “Los primeros poemas de alguien no son originales. Están siempre impregnados de lo que uno ha leído. Los mejores poemas, o los poemas más verdaderos de alguien, vienen con los años, porque uno empieza a conocerse más”. Entonces, la tan cacareada espontaneidad juvenil no es nada todavía. Como el buen vino, debe madurar, debe macerar. Los primeros poemas todavía no hablan de ti. Están hablando de tus lecturas, de tus influencias.

Hablando de primeros poemas, ¿podrías hablarme de tu primer poema?
Ah, bueno, ya conté, ¿no? Siempre cuento que hubo un poema de Martín Adán y luego uno de Javier Sologuren que despertaron mi vocación por la poesía. Ambos los leí cuando tenía 14 años; ahí comencé a escribir poesía. También a esa edad yo leía a Antonio Machado. Entonces escribí mi primer poema que se llamó “Aquel Caminante”. ¿Ves? Ahí está un poco eso que hablábamos. Porque Machado tiene esa figura emblemática, entrañable: “Caminante no hay camino/ se hace camino al andar”. Y también en Machado hay mucha naturaleza, que es lo que a mí siempre me jalaba. Hasta ahora está la naturaleza en mis poemas, hasta ahora. Y en esos dos poemas la naturaleza estaba presente. En el de Martín Adán, que hablaba sobre el sol que brincaba en el árbol, que el resto era pájaros; y en el de Sologuren, que hablaba del árbol como un altar de ramas, de pájaros, de hojas. Entonces sí, ahí estaban esos elementos de la naturaleza. En mi poema, el caminante equivoca la ruta que quería seguir hacia la ciudad y termina en lo alto de una montaña. Su inconsciente lo habría llevado por ahí. Se queda en la montaña y ahí está rodeado de nubes, de flores, de mariposas. Y ahí muere. Entonces, esa idea de la soledad, del camino que se abre uno mismo, o una misma en mi caso, que también lo he representado en otros poemas con respecto a las cabras, porque este caminante podría parecer una cabrita que se ha ido sola por el monte. Por eso me gusta mucho ese animal, porque ella implica un poco lo que estaba en mi primer poema. En lugar de un caminante imagínate una cabra. Es lo mismo, ¿no?, solamente que sin consciencia. Por eso uno de mis poemas favoritos se llama “Soy cabra y tiro al monte”, y este está en mi segundo libro. Es como si el poema de mis 14 años se reactualizara en esa imagen. O sea que uno siempre está escribiendo el mismo poema. 

«Los primeros poemas todavía no hablan de ti. Están hablando de tus lecturas, de tus influencias».

¿Y llegas a descubrir en algún momento de dónde vienen esos poemas, dónde cobra sentido ese tema?
Yo he tenido la suerte de que a mi papá le gustara mucho manejar su carro. Cuando éramos chicos (yo soy la mayor de cinco), nos metía en el carro a mi mamá y a nosotros cinco y nos íbamos de paseo por casi todo el Perú. Entonces, la felicidad de, por ejemplo, ver el desierto, ha aparecido en mi poema “El desierto de Orem”. Una gente me pregunta “Ese desierto, ¿de dónde es? ¿De Medio Oriente?”. No, no, está en Ica. Puse un nombre que parecía de Medio Oriente, pero que ni siquiera es un topónimo, es el nombre de una ciudad en Estados Unidos que aparecía en mi computadora antigua. Como yo escribía en ella, lo usé. La poesía de uno siempre está llena de pequeñas claves.

Mis abuelos tenían un pequeñito departamento en Ancón. Era la playa, era el mar. Mis hermanos y yo íbamos y era montar bici en todo el malecón. Yo ayudaba a los pescadores a limpiar las redes. Y bueno, ahora vivo no muy lejos del mar. Si me agarro la bici, llego en cinco minutos y lo veo. Son presencias que han estado, y están ahí. Con mi papá teníamos también la costumbre de irnos a Chosica, al campito. Todos subidos al auto llegábamos y, al costado de la carretera, en un campo que mi papá escogía, pasábamos la mañana y la tarde, volando cometa, buscando madera para hacer la fogata. Entonces sí, he sido una niña que ha estado cerca de la naturaleza. Por eso la tengo presente cuando escribo. Incluso como símbolos míos. Ya te hablé de la cabra, pero también están los árboles. En mi colegio había un Jacarandá precioso, que entre octubre, noviembre y diciembre florecía, y que justo estaba al costado de mi salón; a mí me encantaba leer ahí. Mis amigas decían “Ese es el árbol de Rossella”. La naturaleza siempre estaba conmigo.

Entonces, mucho de lo que podemos escribir puede hallarse en la infancia.
Así es. La infancia es primordial. Las imágenes que se te quedan tienen tal intensidad, que después siempre regresan. Yo puedo considerar que tuve una bonita infancia; mis años de colegio no fueron ningún problema para mí. A mí me encantaba ir al colegio, y mi familia era muy buena. Yo sé que no todos tienen, o han tenido, esa suerte. Son niños que, o han pasado hambre, o han pasado guerras, o han pasado maltratos. No ha sido ese mi caso, por eso me siento privilegiada, porque uno no elige sus primeros años. Sé que muchas personas dirían “No volvería a la infancia ni pagada”, cosa que yo sí. Yo quisiera volver a mi infancia.

¿Tú consideras que hay una edad ideal para iniciarse en poesía, en narrativa, en la literatura en general?
No, no hay. Es verdad que por lo general (por lo general, no es una regla) los poetas son más precoces, empiezan antes. Los narradores, como deben tener más experiencia de vida, pueden empezar después. Creo que Saramago su primer libro lo tuvo casi llegando a los sesenta años. Y fue premio Nobel, ¿te das cuenta? No hay una regla. Y si no has estudiado literatura no importa, porque por ejemplo, si un pequeño taller de seis semanas te ha estimulado, quiere decir que podrías seguir matriculándote en talleres o en cursos libres de la universidad.

A mí me hace un poco de gracia. Cuando decía “Voy a estudiar literatura”, la gente me contestaba “¡Y de qué vas a vivir?”. Entonces yo les decía “Bueno, no me importa no tener mucha plata. Ni mucha ni poca, no es ese mi fin. Además, yo puedo dictar clase, puedo hacer correcciones de estilo”, porque yo ya sabía que de la poesía uno no vive, de la narrativa sí, y si eres bueno, si eres Vargas Llosa, si eres Bryce. Yo ya tenía claro que tendría que trabajar en otras cosas. Entonces, efectivamente yo he dictado clase por más de 35 años, y sigo dictando, como puedes ver. He hecho periodismo, he hecho correcciones de estilo. Todo eso me ha llevado a poder mantenerme. A una determinada edad, gracias a esos trabajos, pude salir de mi casa, pude pagar un cuarto. Tenía como seis trabajos. A mí me da pena la gente que deja de lado carreras creativas, llámese literatura, llámese artes plásticas, porque eso se ha escuchado siempre: que han dejado eso y después son unos ingenieros infelices, unos abogados infelices. “Ay, ¿por qué no hice lo que quería?”. Y bueno, yo digo “Si uno, cuando es joven, no hace lo que quiere, entonces, ¿cuándo?”. Porque esa es la edad en la que, o no estás casado, o no tienes responsabilidades, o no tienes que mantener nada. Puedes vivir de cualquier forma llevado por tu propio impulso. Te llevas al mundo de encuentro porque tienes esa vocación. Claro, yo sé que hay personas que dicen “Bueno, tú Rossella has tenido la vocación desde que naciste”. Es verdad, pero hay personas que se han demorado a veces en encontrarla. Cada quien tiene su tiempo para descubrir su vocación.

El siguiente taller es dirigido a adultos mayores. ¿Qué expectativas tienes?
En este taller que acaba de pasar, también hubo algunos adultos mayores, ¿te acuerdas? Una señora a la cual su hijo la había matriculado, muy simpática. No faltó, nunca faltó, qué linda. Sí, ya he tenido adultos mayores como alumnos en otros talleres. A veces son los más entusiastas. Va a ser una bonita experiencia.

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