Un tipo muy bueno que se hacía querer mucho

Dos amigos comen y charlan, se ríen. Parece un día común y corriente. Pero, ¿lo es? Cosas extrañas comienzan a suceder. Dicen que la realidad supera la ficción. ¿Será así en esta historia?

Como si estuviera contándose un secreto, Pipo se susurró “Julio estaba comiendo un chocolate”.

—¿Qué? ¿Me dijiste algo? —preguntó Curro, que estaba sentado a su lado en la mesa de la cocina.

—No, nada.

—Ok.

—¡¿No me vas a preguntar?! —exclamó Pipo indignado.

—¿Para qué? Si igual me vas a contar.

Pipo y Curro llevaban seis meses como roommates, pero eran amigos de toda la vida. Curro sabía que Pipo era neurótico, paranoico y, sobre todo, que le encantaba pensar demasiado las cosas. Sin embargo, esto no impedía que Pipo sea visto como lo que realmente era: un tipo muy bueno que se hacía querer mucho. Tan es así, que desde que se hicieron amigos Curro siempre vio a Pipo como un molestoso hermano menor. Y por eso no era raro para él lo que acababa de ocurrir.

Los susurros de Pipo siempre buscaban llamar la atención de alguien que “por casualidad” los escuchara. Este receptor, al no haber captado lo dicho en los susurros, le pedía a Pipo que por favor repitiera o explicara lo que acababa de decir, dándole pie a que desarrollara alguna teoría conspirativa.

Sucesos paranormales

—Hoy Julio estaba comiendo un chocolate. Julio no come chocolate, siempre dice que no le gusta. Siempre lo fastidiamos por eso —dijo Pipo.

—¡¿Qué?! Qué raro ese huevón. Es como que no te guste…

«Esto me interesa en particular porque se suma a toda una serie de eventos extraños que me han ocurrido hoy».

—¿Tirar?

—¡Ja! Sí, exacto —ambos rieron— Pero, ¿sabes algo? Quizás lo probó después de mucho tiempo y le gustó. Me pasó con la sandía y a ti con la chanfaina —le recordó Curro.

—Puede ser, pero esto me interesa en particular porque se suma a toda una serie de eventos extraños que me han ocurrido hoy.

Pipo le contó todo su día a Curro. Empezó por la mañana. Cuando se bañó, no tuvo que enfriar ni calentar más el agua. Desde que salió de la ducha estuvo a la temperatura correcta. Luego se cambió y caminó hasta el paradero del bus, en donde encontró el de su ruta prácticamente vacío. Pipo abordó, el conductor le sonrió e inmediatamente partió, llegando fugazmente a su destino en casi quince minutos. Finalmente, en la entrada del edificio en donde trabajaba, fue recibido por el vigilante y la recepcionista que, al unísono, exclamaron “¡Buenos días, señor Bryce!”, mientras saludaban con el brazo derecho extendido hacia arriba. Contrastándolo con la desganada levantada de cejas a la que estaba acostumbrado, este recibimiento llamó mucho su atención. Fue una mañana rápida y tranquila.

—¿Y?… —le dijo Curro.

—¿No te das cuenta de que algo raro está sucediendo? Tienes que creerme. Cuando me pase algo, serás el primero en sufrirlo.

—Lo dudo —le respondió Curro, fingiendo frialdad.

La historia de Pipo continuó. Le contó a Curro que, mientras regresaba del baño, vio a Julio parado al lado de la impresora. Este sacó una barra de chocolate de su bolsillo, la abrió y la mordió. Lo más llamativo fue el tipo de mordida. Como buen chocolatero, Pipo sabía que la mordida de Julio había sido la de un amante del chocolate, esa en la que te metes media barra en la boca para tenerla por mucho tiempo mientras se derrite. No la masticas, la derrites. Esa era una situación imposible porque a Julio no le gustaba el chocolate. Inclusive había llegado a resentirse alguna vez cuando en la oficina le compraron una torta de chocolate por su cumpleaños.

Los pensamientos de Pipo respecto al suceso siguieron dando vueltas en su cabeza por muchas horas, hasta que empezó a dudar de lo que había visto. ¿Podría no ser un chocolate? Pipo decidió seguir sigilosamente a Julio, esperando una segunda mordida, pero su jefe arruinó sus planes cuando lo llamó a su oficina. El viejo Portella le dijo que al día siguiente almorzarían con un nuevo cliente, y que este quería específicamente a Pipo en la reunión. Rarísimo. Nunca nadie quería “específicamente” a Pipo. Mientras regresaba a su cubículo, se dio cuenta de que Julio ya se había ido, así que aprovechó y corrió hacia su sitio en busca de evidencia. La encontró: una envoltura de Sublime Almendras yacía en el tacho.

La prueba de Benito.

—¡Qué buen desperdicio de tiempo! ¿No hubiese sido más fácil preguntarle?

—Obvio. Pero con la evidencia pretendo confrontarlo.

—¿Confrontarlo? ¿Por comer un chocolate?

—Por mentir tan descaradamente al respecto.

—Huevón, ¿es en serio?

—Claro que sí. Tengo la envoltura en mi cajón. Mañana, cara a cara, lo haré confesar.

—¡Uf! Qué bueno… —respondió con sarcasmo Curro.

—¡Cierto! Lo olvidaba. Hoy también llegó mi último pedido de Aliexpress. Lo acabo de pedir. Lo esperaba dentro de quinientos meses como siempre.

—Ni cagando… Eso sí es raro —Curro se paró, caminó hacia el refrigerador y sacó un táper que luego metió al microondas. Permanecieron callados por unos minutos.

«Curro seguía celebrando, Pido no podía respirar. Las miradas de Pipo y Curro se cruzaron. Curro le sonrió y desapareció».

—Ya ves… —Pipo sintió un olor extraño en el ambiente— ¿Qué estás calentando que huele a mierda?

—Crema de brócoli —Curro se sentó, tomó un limón del frutero de la mesa y lo exprimió sobre su comida.

—Qué feo huele, carajo. ¿Qué haces comiendo huevadas?

Curro miró fijamente a Pipo y, justo cuando iba a responder, se quedó completamente congelado. La crema de brócoli le humeaba en el rostro. Sus ojos estaban exageradamente abiertos. Pipo no entendía qué pasaba. ¿Hace cuánto que Curro no parpadeaba?

—Estoy a dieta —respondió al fin Curro.

Curro cogió el control que estaba en la mesa y encendió el televisor como si nada hubiese pasado. Pipo sintió que sus niveles de estrés empezaron a aumentar. Curro abrió Netflix y gritó de emoción. Una musiquita familiar invadió la cocina. Pipo se sintió incómodo. En la pantalla se podía leer «Próximamente FRIENDS TEMPORADA ONCE». A Pipo le pareció que alguien se apoyó en su hombro, pero no había nadie. Curro empezó a celebrar y a cantar acompañado por la musiquita. Pipo se paró sobresaltado. Imaginó ver que alguien estaba apoyado en el hombro de Curro, pero no era así. Curro seguía celebrando, Pipo no podía respirar. Las miradas de Pipo y Curro se cruzaron. Curro le sonrió y desapareció por un microsegundo, luego apareció otra vez, sus miradas volvieron a cruzarse. A Pipo le pareció que el ojo derecho de Curro empezaba a moverse de forma irregular, que vibraba y su iris cambiaba de forma, como ovalándose. Pipo no vio nada más…

—¡Pipo! ¡Pipo! ¡Pipo, mierda, reacciona! —Pipo escuchaba la voz de Curro cada vez más lejos, mientras que unas divertidas risas pregrabadas invadían hasta el último rincón de la cocina.


<span class="has-inline-color has-black-color"><strong>Mauricio Arana</strong></span>
Mauricio Arana

Lima, 1988. Abogado especializado en Actividades Extractivas y Medio Ambiente, pero que anhela vivir escribiendo novelas, cuentos y toda clase de cosas locas. Siempre con un libro enfrente, un chocolate en el bolsillo y en constante lucha contra la procrastinación. Ha sido alumno del curso Yo Escritor y, lo que escribe, lo comparte en su cuenta de Instagram.

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