Estamos a una semana de Navidad. Este año las cosas serán diferentes. ¿Sienten la misma emoción? ¿Cuáles son los recuerdos que tienen de esta fecha tan especial?
Cada 24 de diciembre me levanto con mucha ilusión. Hace muchos años que dejé de asociar la Navidad con Papá Noel. En su lugar pienso en esa fecha como un día en el que disfrutaré con gran parte de mi numerosa familia.
Mi abuela tuvo diez hijos. Tengo más primos de los que puedo contar con los dedos de mis manos. Es casi imposible juntarnos todos en una sola noche, pero desde que tengo memoria he pasado mis Nochebuenas con la parte de mi familia con la que crecí y conviví.
Mi abuela, mi tío Paco, mi tía Rosa, mi primo César, mi prima Ceci (antes de que se fuera a vivir a España), mi tío Lino, mi tía Gloria, mis tres primas favoritas: Francesca, Vanessa y Tania, mi papá, mi mamá, mi hermano Leo y yo. A veces con mi tía Claudia cuando venía de España a visitar; años más tarde con mi tío Miguel pues mi tía Claudia encontró a su otra mitad.
Éramos tantos que era imposible no pasar la noche entre risas y risas.
Nuestra cena era algo tradicional: pavo, arroz árabe, puré de manzana, ensalada de cóctel de frutas, el exquisito pionono de espinaca que siempre llevaba mi tía Rosa, los tamales que compraban desde Chincha, la chicha morada que preparaba mi mamá, los tragos y las bebidas de las que se encargaba mi papá y mi tío Paco, los piqueos que traíamos todos pues sabíamos que no aguantaríamos hasta las doce con el estómago vacío.
Teníamos toda una programación para esa noche. Mis primas y yo dormíamos una siesta para poder resistir. A veces, en vez de eso veíamos Mi pobre angelito. Los adultos conversaban en la sala, brindando, con la música a tan alto volumen que a veces no escuchábamos los diálogos de la película, pero eso no importaba: nos los sabíamos de memoria.
La cena siempre era a las doce. Nos saludábamos entre besos y abrazos primero, y luego nos sentábamos a la mesa a comer. Mis primas y yo comíamos rápido, pues queríamos abrir los regalos. Los primeros años aún creíamos en Papá Noel. Los siguientes, fingíamos que aún existía para no romperle la ilusión a mi hermano menor.
Mi prima Vanessa, que es la mayor de las cuatro, se encargaba de enseñarnos una coreografía para aquella fecha tan especial. Mi primo César, listo siempre con su cámara, grababa y mi prima Ceci nos ayudaba a vestirnos y arreglarnos. No recuerdo cómo empezó aquella tradición, solo recuerdo que cada Navidad mi familia esperaba ansiosa nuestra coreografía.
«Cada 24 de diciembre paso la Nochebuena con mi familia, entre risas, comida, regalos, cariño, amor, ilusión y nostalgia.»
A veces, mi prima Vanessa la planeaba el mismo día. Si mi prima Brenda estaba, la incluía.
Crecimos y, en su lugar, reemplazamos la creencia de Papá Noel por el intercambio de regalos. La emoción era mucho mayor, siempre cruzando los dedos para que nos tocara nuestro familiar favorito (aunque nos queremos mucho entre todos) o para que no nos tocara aquel familiar difícil de complacer (si ellos lo leen, ya saben de quiénes hablo).
Crecimos y, en lugar de bailar, compramos juegos de mesa para pasar la noche entre competencias y risas. Los adultos siempre dispuestos a hacernos caso en nuestras ocurrencias. Crecimos y, a pesar de que comenzamos a ser menos, (y al mismo tiempo más, pues mi prima Vanessa se casó y con ello trajo a mi sobrina), las navidades nunca dejaron de ser especiales.
Cada 24 de diciembre paso la Nochebuena con mi familia, entre risas, comida, regalos, cariño, amor, ilusión y nostalgia. Cada 24 de diciembre despierto ansiosa porque sé que los veré luego de tanto.
Este año será diferente, este año no podremos juntarnos. No tendremos intercambio de regalos, no tendremos maratón de películas o juegos de mesa. En su lugar tendremos una pantalla que nos separará, pero que no evitará que nuestro cariño sea inmenso.
Este año pasaremos una Navidad distinta, con la esperanza de que la próxima podremos estar juntos una vez más.