Desde que tengo memoria soñaba con tener un perro. Cada vez que tenía la oportunidad se lo pedía a mis papás. Ellos siempre tenían alguna excusa para no ceder: «Te va a dar alergia», «No lo vas a cuidar», «No hay espacio». Y terminaba desilusionada porque sabía que no pasaría. No fue hasta mis diecisiete años que mis papás accedieron a regalarme uno. ¿La razón? Había encontrado una raza hipoalergénica, un bichón frisé de tamaño mediano, perfecto para vivir en un departamento. […]