Yvette Leuridan, una de las autoras del libro Once veces tú, respondió a nuestra convocatoria de historias de resistencia desde Francia. Allá, en medio de un nuevo confinamiento impuesto por el gobierno, llevó la protesta por dentro. Pero la sacó y escribió esto. ¿Qué nos dirá?
J’attends que la journée se déroule, que la terre tourne, selon la face ronde de l’implacable horloge. Les jours géométriques tournent et tournent, sans heurts, bien huilés…1
Esta frase me golpea en pleno rostro, como un puño poderoso de indignación. Me rompe el tabique de la nariz. Veo estrellas de dolor. Mis ojos se nublan, se tornan vidriosos a causa de esas lágrimas que pugnan por salir. Mi cuerpo deja de responder al llamado de la claridad del día.
Al segundo confinamiento en esta tierra donde vivo hoy, se suman las noticias de lo que pasa en mi país de nacimiento, ese que llevo dentro, que es mi cordón umbilical, la fuente y origen de mi identidad. Hoy me siento más peruana que en días normales.
Otra vez la historia se repite.
Días dolorosos de lucha en las calles, días de orgullo también. Cómo no admirar el coraje de esa juventud que se desata en la unión de la protesta, que desafía eso que quieren llamar poder, pero que no es más que una pantomima donde converge cómplice la Concertación Republicana, dejando ver el sesgo de sus verdaderas intenciones.
«Esos mismos culpables que hoy, vencidos cual Pilatos, se quieren lavar las manos con discursos de amor a la patria, de responsabilidad, de obediencia a la constitución, como si no supiéramos quiénes son y lo que han perpetrado. Primarios. No han entendido nada».
Segundo día de protestas; séptimo desde el inicio del confinamiento. Mi único lazo con el exterior: las redes sociales. Abundan las noticias de lo que hoy nos hace aparecer en primera plana. Mientras tanto, mi calle sigue desierta. Tengo que descargar mi permiso para salir a hacer unos trámites. El silencio se ha instalado en la población. Este confinamiento es más duro que el primero. Aquí, a nadie le importa el Perú.
Masiva, imparable participación en la neblina de gases lacrimógenos, de banderas rojiblancas que flamean, de sudor y sangre, de arengas que señalan con dedo acusador a los culpables. Esos mismos culpables que hoy, vencidos cual Pilatos, se quieren lavar las manos con discursos de amor a la patria, de responsabilidad, de obediencia a la constitución, como si no supiéramos quiénes son y lo que han perpetrado. Primarios. No han entendido nada. Confían en nuestra mala memoria. Esa que reeligió a Alan García, esa que le dio mayoría en el Congreso a Fuerza Popular, esa que eligió los mequetrefes que hoy nos gobiernan.
Los canales nacionales informan de la situación. Se multiplican las entrevistas. Consenso de revuelta; aparte los golpistas. Salgo. El vacío de las calles es sobrecogedor. En el metro, los rostros enmascarados evitan cruzar miradas. Al ya habitual silencio se suma el aislamiento bajo las máscaras de colores que algunos buscan personalizar. Los ojos nerviosos leen sin cesar las pantallas de los móviles. Encierro interno y externo. Vencidos.
Me acuerdo del microbús que tomaba en el cruce de Larco y 28 de Julio tres veces por semana, para ir a unos talleres de la Cámara de Comercio. Siempre repleto. La gente rozando los unos con los otros, el acomode, los gritos del cobrador, su pandereta de monedas en la mano cobrando el pasaje. Los usuarios, algunos enfrascados en conversaciones etéreas, otros peleando por un poco de comodidad, siempre cuidando la cartera. Al término de 28 de Julio, el microbús dobla a la izquierda para coger el malecón y alcanzar el Puente Villena. La vista es prodigiosa. La bajada Balta, el verde exuberante de muchas especies de árboles y, de telón de fondo, el mar.
«Trato de explicar a mis amigas a grandes rasgos lo que pasa. Les cuento que no es la primera vez que la calle saca a un dictador del poder, que hay esperanza de que la situación se revierta».
Recibo llamadas alarmadas. Sophie, Véronique y Manu, mis amigas francesas que ven en las noticias lo que está pasando en el Perú, me preguntan por mi hija, por mi familia. Quieren saber si me he podido comunicar. ¿Cómo explicar lo que pasa? ¿Cómo contar a esas mentes racionales que viven en una de las democracias más antiguas del mundo la terrible realidad?
Tendría que remontarme a la historia reciente, desde ese fatídico 2016 en que PPK fue elegido presidente. El discurso amenazante de la perdedora de Fuerza Popular que, como Trump, no reconoció nunca su fracaso, pero que sí amenazó con llevar a ejecución su «plan de gobierno» por obra y gracia de su mayoría en el Congreso. Amenaza fallida en realidad, pero que se ejecutó con precisión quirúrgica hasta su cierre. ¿Cómo explicar que existe APP, un partido con un traidor llamado Acuña a la cabeza, un bufón dizque empresario de éxito, timador consumado de sueños de juventudes? O cómo contarles que en el congreso hay un Alarcón titiritero y marioneta a la vez de ruines intereses. O un partido como AP, donde las divisiones internas dejaron suelto a un loco con sueños de grandeza que logró ceñirse la banda presidencial, y que debe estar en este momento delante de un espejo pajeándose en la borrachera del poder. O Podemos y los Luna, una banda digna de comparación con la del Choclito. O UPP, que quería hacer postular en las últimas elecciones a su líder preso, acusado de asesinato. O el FREPAP y el Frente Amplio y los otros, todos ellos elegidos por el voto popular. ¿Cuándo seremos capaces de hacer un Mea Culpa como sociedad?
Trato de explicar a mis amigas a grandes rasgos lo que pasa. Les cuento que no es la primera vez que la calle saca a un dictador del poder, que hay esperanza de que la situación se revierta. Dos jóvenes muertos, cientos de heridos. Les explicó que, en el Perú, cuando un policía se te acerca, tienes miedo, tienes que estar alerta. Cuelgo con los sentimientos de la vergüenza y la rabia apretando el nudo en la garganta.
Sexto, séptimo día de protestas… He perdido la noción del tiempo que pasa. El alma en vilo al despertar. Busco noticias recientes. Veo a Trump con su cara de bebé sin teta llamando al fraude en la más grande democracia del mundo. No puedo evitar sonreír. En el Perú, el dictador desde su guarida ha renunciado. Hemos dado solo un primer paso.
Yvette Leuridan
Lille, 28 noviembre 2020.
- Extracto de La sirvienta escarlata, obra de Margaret Atwood: «Espero que el día se desenrolle, que la Tierra gire, según la cara redonda del reloj implacable. Los días geométricos giran y giran, sin problemas, bien engrasados…»