El tiempo es así: cruel y silencioso

¿Alguna vez te has pasado la noche dando vueltas y vueltas en la cama, sin poder conciliar el sueño? Una historia que retrata cómo, en los momentos más difíciles, cuando no hay trabajo, cuando miles de preguntas y preocupaciones cruzan por nuestra cabeza, la familia y los amigos nos proporcionan el soporte que necesitamos.

Me encuentro en la cocina, viendo cómo mi mamá prepara mazamorra morada como postre para el almuerzo de hoy, domingo. Como toda negra, sabe cómo hacer una rica mazamorra para combatir este frío limeño. Veo que una olla hierve y que de ella sale humo. Pregunto “¿Qué hay allá?”. “Unos choclos que compró tu papá en el mercado” contesta. Como todos los domingos, mi papá hace el mercado y cocina su famoso pollo al horno. Es su plato estrella, al igual que el ceviche, pero como es invierno el ceviche no corre. La zamba reniega por las compras de papá en el mercado. Le pregunto “¿Por qué reniegas? ¿Qué pasó ahora?”. “Tu hermano y su novia vendrán a almorzar. No creo que alcance lo que ha comprado tu papá” responde. “No te preocupes, zamba. Él siempre se olvida algo”. Me rio y ella sonríe, se le pasa el mal rato.

¡Qué frío de mierda! Ni estando cerca de la cocina me caliento. Aún pienso en el Negro. Pienso dónde estará, si habrá comido, si estará bien. Ya pasó buen tiempo. No sé si meses o años, pero sí que ha pasado, cruel y descarado. No cree en nadie. Lo veo reflejado en las canas de mamá y papá, en la memoria de él cuando se olvida de algo en el mercado, y en la poca paciencia de ella. El tiempo es así: cruel y silencioso.

Me encuentro sentado en la sala escuchando música, esperando que esté listo el almuerzo. Mi hermano y su novia llegan puntuales, como siempre. Saludan y sienten el olor característico del pollo al horno de papá. La zamba, sentada, esperando que el cocinero sirva y la atienda como la reina que es, lo apura porque ya tiene hambre, aunque no solamente ella (ese pollito huele delicioso).

«Mi hermano terminó su carrera y es un gran ingeniero. Yo, como siempre, me quedé a medio camino, pensando qué quería y si lo podía conseguir. Ese es un problema más que pasa por mi cabeza».

Un domingo más almorzando en familia. Como hay domingos que no son así, cuando estamos juntos lo aprovechamos al máximo. Hablamos de todos y de todo. También del Negro. Pero solo un rato porque saben que me hace mal, y porque es un domingo en casa, sin mucho ruido, a menos que papá quiera tomarse unas verdes heladitas. Pero eso no será este domingo, porque la zamba ya puso su cara de “Ya tomaste mucho vino”. Me rio y deseo que todos los domingos sean así.

En esta etapa de mi vida creo que he vuelto a ser el vago sano. No encuentro trabajo, tengo insomnio, y hay muchas cosas en mi cabeza que no sé cómo resolver. Mientras encuentro un nuevo trabajo, paso tiempo en casa con mi zamba. Mi mamá es una negra que cuando te tiene que decir algo, no lo piensa y te lo dice, así que cuidado con ella. Estuvo sola en España muchos años. No nos pudo llevar a ninguno de nosotros. Mi hermano terminó su carrera y es un gran ingeniero. Yo, como siempre, me quedé a medio camino, pensando qué quería y si lo podía conseguir. Ese es un problema más que pasa por mi cabeza. Ya les he dicho que tengo muchas cosas en mi cabeza, pero bueno, no hablemos mucho de mí. Como les estaba contando, mi mamá estuvo en Madrid. A veces mira en la televisión los canales españoles, porque según dice, se acostumbró a ver eso y aquí no hay nada bueno para ver.

Noche difícil

Estando solo en mi cuarto, tratando de luchar con este insomnio de mierda que me jode, escucho a mamá conversando con papá. A ella le gusta hablar y a él escuchar. Son una buena pareja: se complementan. El frío no me pasa, ni tapándome con todas las frazadas que tengo. “¿De qué hablarán?” me pregunto. “De mí, de mi futuro, ¿de mi insomnio? Ojalá me ayuden con algunas de las cosas que me pasan”. Ahora que estoy desocupado, el tiempo se me va volando.

Es otra noche fría, como a las que nos tiene acostumbrado la Lima de este año. Ahora estoy en la sala viendo televisión, mientras que la zamba hace lo mismo en su cuarto. No crean que vivimos en una gran mansión; es una casita típica de quinta. Como se habrán dado cuenta, nos encanta ver televisión. La zamba está viendo un reality show que veía en España. “¿Qué estás viendo?” le pregunto. Ella me cuenta de qué trata el programa, y que lo veía porque era lo único que la distraía después de haber trabajado toda la semana cuidando viejitos. Era una de las pocas distracciones que tenía, porque los primeros años trabajó de interna, es decir, como una mucama cama adentro que nunca salía, a excepción de los domingos. “Era muy agotador” me cuenta. No le pregunto mucho, pero puedo imaginármelo. Mi zamba es dura y trabajadora, pero como dije, el tiempo es cruel y sus rodillas ya no le dan. Además, tiene dolores en los brazos. Por estas cosas tuvo que regresar a Perú.

Otra noche sin dormir. Me acosté a las cinco de la mañana. Vi videos en YouTube para cansar mis ojos y poder dormir, pero no sirvió. Me levanté como a las dos de la tarde. La zamba estaba durmiendo. Ella duerme mucho. A veces pienso que es por los años que nunca durmió bien en Madrid. Mi viejo cocina el almuerzo: una buena sopa. No me gusta la sopa, pero el frío me hace tomarla. Ni la bulla que mi papá hace en la cocina, ni el olor de la sopa que se está cocinando, despiertan a la zamba. Mi papá dice: “Se despertó temprano para una cita en el seguro. Por eso se ha quedado dormida de nuevo”. Me le acerco y ella abre los ojos. Le pregunto “¿Estás bien, mamá?”. Me responde “¡Muévete!, que no me dejas ver los chismes de la televisión”. Me rio y le digo “No te pierdes nada, ¿no?”. La sopa está lista. Un buen almuerzo antes de buscar trabajo. Sé que es tarde, pero algo conseguiré. Me despido y me voy de la casa. El barrio es frío y callado por las tardes, siempre ha sido así. Me paro en la puerta de la quinta y se estaciona un auto. Por la ventana del copiloto una chica guapa se asoma y me llama. Sorprendido, me acerco. Me pregunta una dirección, la dirección que me pide es la de la casa del Negro. Le digo que no conozco, y después de que el auto se va, voy a la tienda del barrio y llamo al Cholo al celular. Me contesta:

«“¿De qué hablarán?” me pregunto. “De mí, de mi futuro, ¿de mi insomnio? Ojalá me ayuden con algunas de las cosas que me pasan”. Ahora que estoy desocupado, el tiempo se me va volando»

—Hola Sano, qué milagro.

—Oye, pisado de mierda, ¿dónde estás?

—En el trabajo, ¿por qué?

—Porque quiero hablar contigo. ¿A qué hora sales?

—A las seis estoy en el barrio. No te muevas.

Entonces espero en el barrio. Las horas, que antes me parecía que pasaban rápido, ahora pasan lentas. No puedo creer que alguien pregunte por la casa del negro después de tanto tiempo. Había aparecido un auto con una chica y un tipo raro dentro (esta huevada ya parecía película barata).

Reencuentro

Llega el Cholo. Él trabajaba en obra. Me dice “¿Qué pasó, Sano? ¿Y ese milagro?”. Le cuento lo que pasó y me dice “Hay que llamar al Feo. De repente estas personas saben algo del Negro, si no, ¿por qué preguntarían por su dirección? De repente son policías o algo peor”. Llamamos al Feo y este aparece al toque. “Nos volvemos a reunir después de tiempo” dice. El Feo no trabaja, o al menos no tiene trabajo fijo. Tiene cachuelos, legales e ilegales. Él es el único sustento de su mamita que para enfermita. El Cholo, en cambio, es un obrero que se abrochó con un ingeniero. Este se lo lleva de obra en obra, por eso no para de trabajar. Es el “boom” de la construcción. Yo trabajaba igual que el Cholo, pero no me abroché con nadie. Más bien mandé a la mierda a un ingeniero, por lo que estoy vetado y no consigo trabajo en obra. Nos ponemos al día con unas chelas, hablamos y comenzamos a pensar qué pasó con el Negro. El Feo, que conocía la casa donde fue la pollada de la vez en la que fui con el Negro, había preguntado a los días por él y lo habían sacado a palos. Le pareció muy raro. Pensó que ellos también lo estaban buscando. “Bueno, primero busquemos ese carro” dijo. Al Feo le gusta ver películas de detectives, por lo que sabe más o menos qué hacer. Quedamos en volvernos a ver mañana para averiguar qué mierda pasaba.

Trato de dormir. El insomnio me está matando. Cierro los ojos a las tres de la mañana y me despierto de frente a almorzar. Mi zamba ya sabe lo que me pasa. Me pregunta por cómo me fue buscando trabajo. Miento. Le digo que me van a llamar. Huelo un rico locro. No hay comida como la de mamá. Se asoma el sol por la tarde. “¡Qué milagro!” dice la zamba, y aprovecha la luz del sol para depilarse sus cejas. El locro está listo. Es un plato que me gusta (es buenazo con quesito). Llega la hora de salir en busca de respuestas. “Ya regreso, zamba. Me esperan afuera el Cholo y el Feo”. El Feo, como dije, trabaja en cosas legales e ilegales, así que nos lleva donde un amigo de él. Es un tombo. Me doy cuenta por su cara y su forma de hablar. Parece que está de franco. “Dile cómo es el carro y a qué hora estuvo por el barrio. Él me debe una. Nos va a ayudar” me dice el Feo. El tombo toma el celular y pasa la información que le dije. No dije nada sobre la chica ni el chofer raro. Cuelga y dice “Esperemos cinco minutos. Ahora me dicen de quién es el carro. ¿Por qué quieren saber eso?”. El Feo le responde:

—No seas sapo. Me debes una, así que apura.

«Trato de dormir. El insomnio me está matando. Cierro los ojos a las tres de la mañana y me despierto de frente a almorzar. Mi zamba ya sabe lo que me pasa. Me pregunta por cómo me fue buscando trabajo. Miento. Le digo que me van a llamar».

Yo, de sapo, le pregunto al Feo “Oye mostro, ¿qué te puede deber un policía a ti?”. “Mira Sano, a este huevón le salvé la vida. Él trabajaba para terna. Era su primer operativo, pero como te darás cuenta, su cara lo delata. Para su suerte yo estaba ahí ese día. Estaba en un parque con un huevón que vendía droga. Lo querían grabar despachando la droga”. “Y tú, ¿qué hacías con ese vendedor?” le interrumpí al Feo. “Iba a hacerle un favor” respondió. “Entonces, aparece este disfrazado, pero como su cara lo delata, apenas se acercó, el de la droga sacó su pistola y apuntándole en la cabeza le dijo: ‘¿Qué chucha quieres?, tombo de mierda. ¿Crees que no te saco?, novato de mierda’”. “Y ¿qué hiciste?”. “Puta madre, me cagué de miedo. No pensé que ese huevón tendría una pistola”. “¿No hablaste nada?”. “No, sí. Le dije: ‘Oe huevón, no se te vaya a escapar un tiro. ¿Por qué le apuntas?, si te está viniendo a comprar. Así no se trata a los clientes’”. Me rio y le digo “¿Qué, eso le dijiste?”. “Es lo primero que pensé”. “Entonces, ¿cómo lo salvaste?”. “Para hacerla corta, le dije al tombo que no se moviera porque lo iba a revisar. Lo revisé y le dije al vendedor que estaba limpio, que era un nuevo cliente y que lo tratara bien. Lo convencí”. “Por lo que veo, te creyó”. “Creo que pensó más en la plata, porque le compró un paquete. Luego lo perseguí y le dije: ‘Oye tombito, no te olvides, me debes una. Borra el video y chápalo otro día que yo no esté’. Es así como lo conocí”. Qué suerte la nuestra que el Feo tenga ese floro que convence a cualquiera, menos a las mujeres.

¿Indicio?

El tombo terminó de confirmar los datos del auto y nos dijo que era del estado. Esa no era una buena noticia. ¿Qué haríamos? El Feo le dio las gracias y le dijo “Después te llamo”. Nos regresamos en una combi al barrio. El paseo por Lima la Gris, en vez de aclarar las cosas, creó más preguntas y dudas. Cuando llegamos al barrio, quedamos en volvernos a reunir. El Feo se fue rápido a ver a su mamita, el Cholo como siempre pisado, y yo a casa donde me esperaba un lonche-cena con mi zamba. Entro a casa y la zamba estaba tomando su lonche (ya nadie toma lonche), mientras veía en la televisión el programa reality de moda en el Perú. Le pregunto “¿Por qué ves eso? Todo está arreglado”. Se ríe y me dice “Tienes razón, pero me dan risa estos cojudos”. “Tan cojudos no son, porque ganan plata haciendo torres de vasos”.

Cansado, con ganas de dormir, subo al cuarto, apago la luz y me abrigo, pero otra vez el insomnio hace que me quede mirando el techo en la oscuridad. “Creo que es este cuarto de mierda” digo. Bajo con mis frazadas y mi zamba me pregunta “¿A dónde vas?”. “Me voy a dormir a la sala”.

—Ojalá puedas conciliar el sueño —me dice.

Abrigado en el mueble, pensando en lo que se viene para mí, en dónde estará el negro, por qué lo buscará ese carro, pensando y pensando, cierro los ojos y me quedo dormido como un bebé. No había nada que hacer: era el cuarto de mierda. Hasta mañana Negro, vamos por ti.


Ricardo Garcés
Ricardo Garcés

“Mi nombre es Ricardo y vivo en Jesús María, mi barrio desde que nací. Me casé, me separé (aún no me divorcio) y desde que me separé, vivo con mis padres (una nueva experiencia). Tengo una hermosa hija a la que amo con todo mi ser. Trabajo en construcción. Siempre me ha gustado escribir, aunque nunca acabo lo que empiezo. Tengo varios relatos (y cosas) a medias. Machucabotones me ha ayudado. Me gusta hacer reír. Me gusta la TV. Y me gusta el cine”. Ricardo ha llevado el taller #ComoMeDaLaGana.

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