Se marchó y se ganó. Pero también se perdió. ¿Qué podemos hacer para que esa pérdida no sea en vano? ¿Qué acciones tomar?
Con los acontecimientos vividos estos últimos días, nos hemos visto quebrados. Hemos experimentado una ruptura en carne viva. Tal vez cuando leas la palabra ruptura pienses en algo relacionado con lo sentimental, pero no necesariamente. También está relacionada con el entorno familiar, laboral, amical, y con la patria.
A veces, las rupturas se producen por algunas decisiones, cambios, abandonos. Por enfermedades, muertes y distanciamientos de personas o grupos. O porque simplemente hemos evolucionado y ya no queremos más lo de siempre. Cuando sucede una ruptura, no es fácil enfrentarla. Se necesita coraje, porque duele mucho. Es como si nos hubiesen arrancado algo dentro de nosotros: sentimos una separación, un vacío, una carencia, que es lo que como peruanos sentimos hoy.
Hemos vivido tantas injusticias, robos, maltratos, indiferencias, discriminaciones. Faltas de profesionalismo, de empatía, de respeto —podría seguir con la lista—, durante tantos años, que lo que ha ocurrido es que todo ha detonado y provocado una ruptura muy profunda en nuestro interior. Estamos hastiados de tantas experiencias desagradables que se repiten una y otra vez, generación tras generación, y que no cambian.
A pesar de nuestro malestar continuo, solo nos habíamos dedicado a manifestar lo que no nos gustaba. Decíamos “Este político es así”, “Este partido es asá”, “¡Qué terrible la corrupción!”, y permitíamos que nos pisotearan una y otra vez. Que trasgredieran nuestros valores a pesar de sentirnos siempre traicionados. Estábamos de espectadores; no en la cancha. Pero llegó un grupo de peruanos jóvenes aguerridos que salió al frente y demostró que, para hacer valer nuestros derechos, hay que entrar al juego y no estar en la tribuna. Lamentablemente, al entrar al juego, algunas veces se gana y otras veces se pierde.
«No podemos ser el peruano que roba, que insulta, que agrede, que no respeta las normas, que ofende, que no tiene valores, que miente, que se hace el vivo, que permite injusticia, que coimea, que quiere meterse en la cola, que no respeta la opinión del otro, que tira la basura en el piso, que jamás llega puntual».
Aquí ha pasado ambas cosas. Hemos ganado al demostrar que las cosas deben cambiar. Al aprender a poner límites y a decir “¡Basta! Hasta aquí nomas”. Pero también hemos perdido. Hemos perdido dos vidas maravillosas que no debieron perderse. Y tal vez, el dolor que esta pérdida deje nunca pueda ser sanado. Porque viene acompañado de un sentimiento de culpa por haber permitido tantas injusticias durante décadas.
La herida ya estaba desde hace muchos años. Ahora solo se ha extendido y explotado, tal vez no de la mejor manera. Esta ruptura nos pone a prueba a todos los peruanos sin distinción de clase ni de raza. Para poder transformarnos y resurgir desde lo más profundo como país, pero sobre todo, para que este dolor tenga sentido, debemos cambiar, debemos mejorar. No podemos ser los peruanos de siempre.
No podemos ser el peruano que roba, que insulta, que agrede, que no respeta las normas, que ofende, que no tiene valores, que miente, que se hace el vivo, que permite injusticia, que coimea, que quiere meterse en la cola, que no respeta la opinión del otro, que tira la basura en el piso, que jamás llega puntual. NO PODEMOS SEGUIR IGUAL.
Ahora no se trata de solo políticos, sino de cada uno de nosotros. Una ruptura, para que sea real, tiene que preceder a una profunda transformación en la manera de pensar y actuar. Depende de cada uno de nosotros. Que la cicatriz que nos ha dejado toda esta situación nos sirva para recordar que no podemos volver a lo mismo, que tenemos que aprender y evolucionar todos juntos como país.
Autora: Peggy Eyzaguirre.