Escriba para sus contemporáneos, no para la posteridad. Si tiene suerte, sus contemporáneos se convertirán en la posteridad.
El signo de un gran cuento me lo da eso que podríamos llamar su autarquía, el hecho de que el relato se ha desprendido del autor como una pompa de jabón de la pipa de yeso.
Evitar la vanidad, la modestia, la pederastia, la ausencia de pederastia, el suicidio.
Termina lo que estás escribiendo. Sea lo que sea lo que tengas que hacer para terminarlo, termínalo.
Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si te ves con energía suficiente, escríbelos de nueve en nueve o de quince en quince.
Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.
Calla: la palabra mata el instinto creador.
Nunca dejes de escribir. Nunca dejes de pensar en historias. Nunca fantasees con lo que vas a ganar o a perder escribiendo. Ese no es el problema. No hay problema. Escribe todo el tiempo, aún cuando no estés frente a un papel o una pantalla.
Recuerda (este mandamiento es el último, pero debería ser el primero) no hacer caso jamás de ningún decálogo.
Las ganas de escribir vienen escribiendo. Es inútil esperar el instante perfecto en que todos los problemas han desaparecido y solo existe el deseo compulsivo de escribir: ese instante no existe. En general, uno se sienta a escribir venciendo cierta resistencia —salir del estado de ocio no es natural—, uno oficia ciertos ritos dilatorios, uno por fin, con cierta cautela, escribe. Y en algún momento uno tal vez descubre que está sumergido hasta los pelos, que todos los problemas han desaparecido, y que no existe otra cosa que el deseo compulsivo de escribir.
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