Haciendo zapping no hallaba nada que ver, así que aproveché las cualidades ‘smart’ de mi televisión y me di una vuelta por YouTube. Descubrí unos documentales que despertaron el bichito cuestionador que llevo dentro. Al final del post les comparto tales documentales.
Foto de cabecera: Jordi Chias.
Existe un programa de televisión llamado Tanked, lo pasan por Animal Planet. En él, dos hombres —Wayde y Brett—, dirigen una empresa llamada ATM que se dedica a fabricar acuarios. Pero no cualquier tipo de acuarios. Ellos hacen los diseños más disparatados que puedas imaginar. Han hecho acuarios con forma de dados, de piano, de guantes de box. Dentro de autos, empotrados en pared como si fuesen cuadros e incluso como parte de cabeceras de camas. Y de todos los tamaños. Por lo general, ya sean rectangulares, trapezoidales, ovalados o de alguna otra forma extraña, la medida media de sus pedidos circunda los dos metros de alto por seis de ancho. Pero hay otros que exceden eso por mucho. Dependiendo del antojo que tengan sus clientes en el momento, que por cierto, son jugadores de la NBA, de la NFL, raperos como Tyga, Ludacris, 2 Chainz o disyoqueis como Steve Aoki y el autor de I’m sexy and I know it. También lo son empresas. Inmobiliarias, cadenas de restaurantes que desean, con tales acuarios, proveerles un estilo más sofisticado —y relajante— a sus locales, a sus salas de espera y recepción.
Pero, ¿los peces estarán relajados? Muchas veces, mientras he estado viendo ese programa del que por cierto soy fanático, y he escuchado decir a Robert —el gerente del taller que se encarga del diseño de los corales y demás— que ellos se aseguran de que los peces estén cómodos, creándoles espacios donde puedan esconderse tal como los tendrían en su hábitat, en esos momentos me pregunto “¿Es que acaso esos once mil litros de agua son suficientes para que pasen toda su vida aquellos ejemplares de pez payaso, pez vaca, pez ángel, pez lábrido rayado, pez cíclido africano, pez gato de cola roja, pez globo, pulpo rojo del Pacífico Oriental, tiburón tigre, raya, morena…?”. Ellos dicen “Si no se sintieran cómodos, enfermarían, perderían su color y morirían”. Pero, ¿cómo saber que esa comodidad es eterna? A veces me pongo escéptico y pienso mal. Pienso que, detrás de cámaras, cada cierto tiempo renuevan los peces. Quiero creer que no. Quiero creer que Wayde y Brett se preocupan auténticamente por el bienestar de aquellos animales. Me pregunto “¿Unos hombres que en su taller, además de acrílico para armar los acuarios, de hornos para moldear los acrílicos, de corales artificiales, entre otras cosas, tienen decenas de aves rescatadas, lucrarían con el sufrimiento de otros seres vivos?”. “No, no hay manera” me respondo.
¿Qué cosa pensarán los peces? Imagino que, tras el acrílico, observan el mundo, como Nemo y su pandilla en el consultorio odontológico. Claro que, para ellos, el mundo es así, para ellos no existe algo distinto. Es similar al hombre del mito de la caverna de Platón. ¿No nos estamos aprovechando, entonces, de su ignorancia para sacar provecho? Para satisfacer caprichos. Aquellos que adquieren tales acuarios siempre dicen “Amo los peces, amo la vida marina”. ¿No sería una mejor muestra de amor permitirles su libertad? Quizás el problema sea que el significado de la palabra amor se ha subvalorado, haciendo que sobre ella estén productividad e imagen del país.
Hace unos días, el presidente Martín Vizcarra, en la Cumbre de la Naciones Unidas sobre Biodiversidad, anunció la creación de la reserva nacional marítima “Dorsal de Nasca”. Esta, denominada también “La otra cordillera”, es una cadena de al menos cien mil montañas submarinas de origen volcánico, en las que se han registrado 398 especies. Aunque es una noticia maravillosa, la pregunta “¿Por qué lo hizo?” me retumba en la cabeza. En marzo de este año, poco antes de que comenzara la pandemia, la organización Oceana le dirigió una carta digital, firmada por 13878 personas —la meta era cien mil— solicitándole la creación de esta reserva. Incluso el actor y ambientalista Leonardo Di Caprio se sumó. A través de su Instagram, le recordó que el Perú, en la cumbre de las Naciones Unidas del 2010, se comprometió a proteger el 10% de su territorio marítimo para finales de este año.
En marzo, las áreas protegidas, que eran únicamente las que bañan las costas de otras reservas naturales, no llegaban ni al 1%. Con esta nueva reserva suben al 8%. Entonces, ¿por qué lo hizo? ¿Por la presión, por no quedar mal ante los demás países al no cumplir la promesa, o porque realmente considera que es una zona que debe salvaguardarse por su belleza, su biodiversidad y su importancia en el ecosistema global? Un ecosistema que se corrompe, no solo afecta al país en el que se ubica, afecta a todo el orbe. Se me viene a la mente La Chira, aquella playa olvidada que está detrás de los montes del Morro Solar, al lado de la planta de tratamiento de Sedapal. La cantidad de desperdicios que ahí se hallan es incontable, al igual que los cangrejos que, entre restos de zapatillas, sandalias, bolsas, cartones, latas de gaseosa y cerveza, han hecho sus madrigueras.
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No puede saberse a dónde va a terminar toda aquella basura una vez que entra al mar. Puede que termine acumulándose en una de las cinco islas de plástico que se han formado por las corrientes marinas, o puede que terminen en las costas de algún otro país, como sucede en la zona del Caribe. O pueden terminar en los estómagos de ballenas, orcas, delfines, en las aletas de peces, en los caparazones de tortugas. Cuando los arrecifes de coral pierden su color y mueren, no solo el lugar deja de ser paradisíaco, miles de especies mueren y se ponen en peligro de extinción, como el ser humano, porque eso es lo que pasará, o lo que ya está pasando. Estamos en peligro de extinción. “¿Cómo?” dirás, “si somos millones”. El nivel del mar está en aumento y, ante la ausencia de aquellas barreras naturales, inevitablemente inundará las costas de todos los continentes —sin contar que algunos de estos están hundiéndose como efecto del agotamiento del agua subterránea—. La Atlántida se volverá realidad con Nueva York, Pekín, Shanghái, Hawái, Yakarta, Lima, Venecia…
«A como dé lugar queremos “comernos el mundo”. Estamos en proceso de hacerlo. Estamos friéndolo».
Humboldt dijo “Para mí, la naturaleza no es solo un conjunto de fenómenos físicos, es el reflejo del espíritu del hombre”. ¿De verdad es nuestro espíritu tan oscuro? Ríos y mares contaminados, selvas deforestadas, arrecifes coralinos muriendo, oasis en Marruecos que se secan cada día, glaciares que se descongelan… ¿Hasta dónde puede llegar el egoísmo humano? ¿Qué más tiene que suceder para que se dé cuenta de que, por ese empeño de rodearse de lujos y comodidades, se pone en jaque a él mismo? La necesidad nos ciega, nos vuelve egoístas. A como dé lugar queremos “comernos el mundo”. Estamos en proceso de hacerlo. Estamos friéndolo. La temperatura de la Tierra aumenta y ya no hay marcha atrás, pero aún podemos controlar qué tan catastrófico puede ser este calentamiento.
Debemos respetar a nuestros semejantes, y con semejantes no me refiero solamente a otros seres bípedos racionales poseedores de pulgares oponibles. No. Me refiero también a aquellos que, como nosotros, respiran, buscan alimento, se reproducen, juegan y viven… A aquellos que también sienten. Debemos entender que, en un planeta con recursos limitados, el crecimiento no puede ser ilimitado. Cuidemos el agua. ¿Es realmente necesario salir todas las mañanas a baldear las veredas? Que nuestro vecindario se vea más limpio, no quiere decir que el mundo está más limpio. Significa que los desechos se han trasladado a un lugar en el que no los vemos, no nos incomodan ni nos remuerden la conciencia. Más adquisiciones no significa más felicidad. Felicidad es tener aire puro que respirar, agua limpia que beber y en que bañarse, sin peligros de toxicidad. Felicidad es convivir de manera simbiótica con la naturaleza. Retribuirle lo que nos otorga. Ella nos proporcionó las condiciones para vivir, ahora nosotros proporcionémosle las condiciones adecuadas para que pueda mantener ese equilibrio que ha mantenido durante siglos.
Entendamos cuál es nuestro impacto.
Quiero dejarles aquí cinco documentales de un canal de YouTube muy surtido: DW Documental. Hay documentales de todo. De historia, política, ciencia, ecología. Son un vistazo profundo a aquellos aspectos del mundo que no figuran en los diarios ni en los noticieros, pero que juegan un papel fundamental en nuestro estilo de vida. Cuestiones como “¿De dónde viene nuestra ropa?”, “¿Cómo la tiñen?”, “¿A dónde van todos los desechos de las textilerías?”, “¿Qué sucedería si desaparecieran los insectos?”, “¿Son realmente nocivos para las cosechas?”, “Cuando el plástico se biodegrada, ¿realmente desaparece?”, “¿Hay plástico en los animales marinos que consumimos?”, serán contestadas. Y, como efecto secundario, nuestra creatividad despertará: “¿Cómo puedo reutilizar esta botella?”, “¿Qué puedo fabricar con esta caja de Frugos?”, “¿Podré hacer un marco para foto con estas chapas?”, “¿Dónde puedo instalar un huertito?”.
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Documentémonos. Volvámonos artistas. Reciclemos.