Joe Weider: un hombre que revolucionó el mundo del deporte y la vida de muchos

A los diecisiete hallé unas revistas de musculación. A los veinticuatro, una película que me mostró las luchas del autor de tales revistas. Me di cuenta de la influencia que tuvo en mí.

Foto de cabecera: New York Times.

A los diecisiete años fui por voluntad propia al gimnasio. Digo por voluntad propia porque ya había ido a los trece, pero por insistencia de mi papá. “Para que hagas algo. No pretenderás pasarte todas las vacaciones sentado frente a la pantalla de la computadora”. Ya se imaginarán que mi interés por obtener un visto bueno por parte del entrenador era únicamente para salir de ahí cuanto antes. ¿Tres series de diez repeticiones? Ya, fantástico, yo hacía tres de ocho, cuidando siempre a través de los espejos que el entrenador no me pillara haciendo trampa. En aquel tiempo no conocía el concepto de conexión mente-cuerpo. Para mí, daba lo mismo si me miraba al espejo y me cercioraba de hacer los movimientos tal como me lo habían indicado, que si miraba al techo, al ventilador que daba vueltas enfriándome la espalda, o si miraba a las otras personas que gritaban, que se secaban el sudor con sus toallas, que bebían grandes sorbos de Gatorade.

Acabó el verano, comenzó el colegio, y yo estaba un poco más fuerte porque, en fin, era inevitable que unos sets —aunque incompletos— de press francés, press militar, sentadillas, leg curl, entre otros ejercicios, tuvieran efecto en un flacucho como yo que miraba las musarañas. Pero como dije, no volví al gimnasio hasta los diecisiete, que fue cuando acabé el colegio y la inseguridad —o la vanidad— hacía que me viera al espejo muchas veces antes de salir a algún lugar, de que me observara desnudo luego de ducharme y pensara que mis brazos y piernas eran muy enclenques para el torso que manejaba. Usaba polos y pantalones anchos, en parte por influencia del hip hop que para ese entonces ya oía, y en parte por el inconformismo con mi imagen.

Revistas que revolucionaron mi existencia. (Nótese que las mujeres no eran ajenas al deporte.)

No fue hasta que un día, en el que ordenaba el librero de mi casa, encontré tres revistas que me cambiaron la vida. Tenían las páginas amarillentas y un clásico olor a guardado. Eran ejemplares de la versión en español de Muscle & Fitness. Mi papá las había comprado en su juventud. Comencé a examinarlas y quedé fascinado con la belleza de aquellos cuerpos en ropa de baño. La forma, las proporciones, la armonía… Eran como unas esculturas de Miguel Ángel, como impresiones en 3D del Hombre de Vitruvio de Da Vinci. Pensé en una frase de Sócrates que alguna vez había leído en la web: “Qué desgracia es para el hombre envejecer y no ver la belleza y la fuerza de la que su cuerpo es capaz”. “No quiero ser un desgraciado” me dije y comencé a leer los artículos.

Ahí descubrí qué era la IFBB (International Federation of Bodybuilding and Fitness), la NABBA (National Amateur Bodybuilders Asociation), a Bob París y su filosofía (desarrollar la persona al tiempo que el físico), y los principios de entrenamiento de Joe Weider que, curiosamente, era el fundador de aquella revista. También hablaban de Arnold Schwarzenegger y de que ahora sería el villano en un nueva película.

Al día siguiente fui a una cabina e investigué sobre fisicoculturismo. Me saltaron infinidad de artículos. Desde qué significaba la palabra, hasta cómo tener unos brazos increíbles o cómo romper el estancamiento. Nuevamente el nombre de Joe Weider apareció y, con él, sus principios que te aseguraban resultados: sobrecarga, confusión muscular, isotensión, biseries, series compuestas, pre agotamiento, repeticiones forzadas, series piramidales, entrenamiento holístico, etc. ¿La prueba? Fotografías de Frank Zane, Serge Nubret, Franco Columbu, Mike Mentzer, Lou Ferrigno, Vince Gironda, entre otros culturistas de las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta: el siglo de oro del culturismo. También hallé videos de otros deportistas más contemporáneos, como Jay Cutler, Ronnie Coleman y Kai Greene. Aceitados y en zungas brillantes, contraían y relajaban sus más de seiscientos músculos —cuyos nombres yo aún no conocía—, en varias ediciones de un concurso llamado Mr. Olympia. Curiosamente, esta competencia también había sido creada por Joe Weider.

«nada de eso hubiese sucedido si no hubiese hallado aquellas revistas de Joe Weider»

Es así que me puse serio y, al regresar a mi casa, le dije a mi papá “Pa, quiero volver al gimnasio”. Él se entusiasmó y no me puso ningún pero. Comenzamos a ir juntos. Como yo debía comenzar la academia, el horario sería a las cuatro de la tarde. A esa hora el gimnasio estaba vacío y el entrenador, durmiendo en una de las bancas. Se llamaba Alejandro y era un moreno de ojos medio achinados, con barba recortada. Su cuerpo parecía una equis. Hombros anchos, cintura estrecha, muslos descomunales. “Perfecto” me dije. “Este me puede ayudar”. Me le acerqué. “Hola, disculpe”. De lo que tenía las manos entrelazadas por encima de los ojos, arrimó una y, mirándome de reojo, me dijo “¿Sí? ¿Te puedo ayudar en algo?”. “Sí, mire, lo que pasa es que soy nuevo y no sé cómo comenzar. Quiero marcar mis músculos”. Se paró, caminó a mi alrededor, se llevó una mano a la barbilla, se la rascó y, finalmente, exclamó “¡Qué músculos vas a marcar, si no tienes! No seas chistris”. Mi papá, que estaba un poco más atrás, comenzó a ahogarse de la risa. Yo me congojé. “¿Entonces?”. “Primero tienes que hipertrofiar”.  Me explicó que primero tenía que aumentar el diámetro de mis músculos y, cuando tuvieran un tamaño decente, podríamos hacer una rutina de definición, de modo que, al bajar la grasa corporal, me vería rayado. Ese día, llegando a mi casa, me dirigí a la cabina para informarme más.

Joe Weider y Ken Waller. Foto: joeweider.com

Tal como estas situaciones, podría contarles otras más que hicieron que descubriera más sobre este deporte. Podría contarles sobre mis viajes a Polvos Azules en busca videos de entrenamiento, sobre mis lecturas más científicas sobre nutrición y suplementación, o sobre cómo estudié arduamente durante los primeros ciclos de universidad para conseguir una beca y, con el dinero ahorrado, inscribirme en un curso de musculación. Podría contrales todo eso, pero la verdad es que nada de eso hubiese sucedido si no hubiese hallado aquellas revistas de Joe Weider.

Él creó un imperio, y lo hizo porque desde joven supo que el cuerpo humano era nuestro bien más preciado, y por ello debíamos cuidarlo. Cuando tenía probablemente unos diez años, junto a su hermano vieron en un circo a un hombre extraordinariamente fuerte, que hacía unas proezas con unas pesas rusas. Fue ahí que comenzó su pasión por el culto al cuerpo. Motivado —también porque quería dejar de ser víctima de bullying—, improvisó una polea con algunos elementos que encontró en la basura y entrenó sus dorsales y sus tríceps. Paralelamente, comenzó a instruirse. Había tenido que dejar la escuela por problemas económicos, pero eso no impidió que fuera a la biblioteca y se dedicara a investigar sobre anatomía y nutrición, y a dibujar el cuerpo perfecto. Él creía en la proporción. Era un obseso con el tema. Caminaba, comía, dormía, hasta tenía sexo imaginando formas de ejercitar el cuerpo —esto se ve en la película Bigger—. 

Si bien es cierto que, antes de 1940, año en el que lanzó Your Physique —su primera revista—, circulaban revistas de musculación y había concursos de culturismo, la verdad es que ninguno de los que aparecían en las portadas de aquellas revistas, o de los que participaban en aquellos concursos, llevaba una vida y un entrenamiento de un culturista. Hasta ese momento, todos los que lucían cuerpos increíbles —pero no perfectos, al menos para Weider—, se entrenaban para cargar más kilos, mas no para lucir bellos. Podría nombrar aquí a Eugene Sandow, Arthur Saxon, Georg Hackenschmidt, o incluso a mujeres como Sandwina.

Arnold en una de las tantas portadas de Muscle & Fitness en las que apareció.

Ahora, si ustedes googlearan a estos personajes, seguramente me dirían “¡Lucían fenomenal! ¿Cuál es esa perfección de la que hablaba ese tal Weider?”. Lo pondré en palabras de Arnold, que fue uno de sus mejores pupilos: “Un buen fisicoculturista piensa igual que un escultor en términos de escultura. Se mira al espejo y dice ‘Necesito más deltoides, más hombros, para lograr una buena proporción’. Entonces se pone a trabajar los deltoides mientras que un artista agregaría un poco de arcilla a cada lado”. Es así que, con Weider, levantar una barra cargada con 170 kilos por encima de la cabeza con un solo brazo dejó de ser el único camino para conseguir un cuerpo escultural. Surgen los entrenamientos con pesos moderados, altas repeticiones y ejercicios que aíslan diferentes partes del cuerpo.

La película Bigger, que ya mencioné más arriba, muestra este cambio de paradigma del que les hablo. Comienza con Joe Weider en el funeral de su hermano Ben —este falleció en el 2008—, acompañado de un periodista. Ambos conversan. Su conversación da a entender que llevan un tiempo trabajando en la biografía del fundador de la Federación Internacional de Fisicoculturismo y Fitness. El periodista le pregunta acerca de la historia de su hermano, a lo cual Joe dice “Para eso, comencemos con mi historia”. Es así que un flashback nos lleva a 1920, al momento en el que su madre lo da a luz y lo rechaza porque es un varón y ella deseaba una mujer.

Trailer oficial de la película biográfica «Bigger»

La historia da sucesivos saltos en el tiempo. Nos lleva a distintos años y lugares en los que cosas trascendentales sucedieron en la vida de Weider. Por ejemplo, a 1937, cuando decide irse de su casa con su hermano, ya que su madre no aprobaba que se dedicara a ese deporte tan mal visto en aquel tiempo. A 1941, cuando lanza su primera revista. A 1951, cuando se asocia con un doctor apellidado Bradock para trabajar en los primeros polvos de proteína. A 1953, cuando conoce a Betty Brosmer, su segunda esposa, que estaría con él hasta el final. A 1965, cuando organiza el primer Mr. Olympia.

Sin duda, Joe Weider fue un hombre que cambió vidas y el mundo. Falleció en marzo del 2013; sin embargo, su imagen sigue apareciendo en revistas, metodologías, concursos, suplementos. No importa si no es el aniversario de su deceso, vale la pena recordarlo. Luchó contra el racismo —era judío—, la pobreza e influyó en la manera en que las personas tratan sus cuerpos. Sus ideas promovieron diversas investigaciones que, con el tiempo, han permitido que ahora no nos parezca disparatado cuando alguien nos dice que tenemos que ejercitarnos para gozar de buena salud. Y también, por qué no, que ahora seamos testigos de récords más que impresionantes en diversos deportes. Bigger, su biopic, es un buen punto de arranque para familiarizarnos con su persona.

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