Guillermo Giacosa: «La felicidad está en lo cotidiano»

Seguir protocolos con Guillermo es muy difícil. Se para, se te acerca, te coge de los hombros y te habla a escasos centímetros, mientras tú piensas que no debiste quitarte la mascarilla. Te invita a almorzar. Cocina ricazo, pero como buen chef, prueba conforme prepara. «Sírvete» te dice, y te invita a probar del mismo cubierto. Él dice que los argentinos son así. También dice que no es político porque no tiene ambición. Yo creo que no podría serlo porque no podría mentir, y porque si lo hiciera, su cuerpo lo delataría. Lo conocí hace poco, a propósito de un taller virtual, donde él fue el profesor y yo el moderador. «Yo, Feliz» se llamó el taller, y fue sobre este y la felicidad que hablamos.

Como moderador que fui de “Yo, Feliz”, puedo decir que no hubo clase en la que viera a las personas irse serias. Siempre se iban con una sonrisa en la cara.
Siempre me han dicho que mis cursos se quedan cortos, pero lo que pasa es que son divertidos. Yo tengo un espíritu similar al de un payaso. Yo debería ser un docente payaso, no porque haga payasadas, sino porque busco en el humor el recurso fundamental para captar la atención de la gente. A mí, los profesores siempre me decían solemnes: “En tus clases se ríen mucho”. Yo les decía “En las de ustedes se aburren mucho”. La gente, cuando se ríe, descubre que la mente es como un paraguas: sirve cuando se abre. Si el paraguas no está abierto, te mojás. La mente tiene que estar abierta siempre. Cuando te ríes estás enormemente receptivo. Y si vos podés lograr que la gente se ría, ya la tenés contigo.

En este curso hablamos de la felicidad, y bueno, la risa provoca felicidad de alguna manera. No hace falta que estemos todo el día “JA JA JA”, pero que estemos sonrientes sí. El valor de la sonrisa es sumamente importante. Expresa la aceptación del otro, que al sentirse aceptado multiplica su capacidad de expresión. Pero la sonrisa nunca tiene que ser impostada, tiene que nacer naturalmente de nuestro interior.

Entonces podríamos decir que el camino hacia la felicidad es bien simple. Saber relacionarnos con el otro, aceptarlo, que nos acepte. No es este enfoque actual de adquirir mucho.
Gandhi decía que la gente vive poseída por lo que posee, pero más que por lo que posee, por lo que aún no posee y quiere poseer. Vive pensando “Quiero cambiar el auto”. Cambia el auto y dos meses después lo quiere cambiar de nuevo porque ya es un auto viejo. El tener objetos, y esto lo decía Buda, no nos permite desarrollarnos espiritualmente.

«La gente, cuando se ríe, descubre que la mente es como un paraguas: sirve cuando se abre. Si el paraguas no está abierto, te mojás. La mente tiene que estar abierta siempre».

Hace unos años, en una situación económica caótica, que la he repetido por gusto (me encanta estar en situaciones económicas caóticas), decidí vender libros. Tenía cinco mil libros en casa. Caretas me hizo una entrevista, salió en los diarios: “Argentino vende libros”. Vino un montón de gente. Yo la dejaba a solas con los libros, me iba a trabajar arriba. “Elijan lo que quieran. Sáquenlos, sepárenlos” les decía. No había vigilancia, no había nada, y salió una cosa maravillosa. Hice un montón de amigos. Al dar confianza generas confianza. La gente no te va a fallar si crees en ella. Me preguntaban si yo no sentía pena por separarme de los libros. ¡Nooooo! ¡No sentía ninguna pena! ¡Los despedía! ¡Chau libros! Estaba feliz de saber que ese libro que había sido tremendamente importante para mí iba a ser tremendamente importante para otro ser humano. Que el saber se expanda, se reproduzca, no se compite por el saber. Al contrario, cuanto más compartimos, más sabemos y mejor estamos.

«El valor de la sonrisa es sumamente importante».

Una vez te escuché decir que una cosa era ser sabio y otra cosa era ser erudito. Al escuchar “Mientras más sabemos”, uno podría ponerse a leer libros y libros de un montón de materias y caer en la soberbia. Peor aún no se relaciona con nadie.
El erudito es el que tiene una gran cantidad de información y que asombra, pero que no sabe vivir. No tiene relaciones con otros seres humanos; menosprecia al que sabe menos. Yo he escuchado a muchos eruditos tratar de ignorantes. Los ignorantes son ellos cuando lo dicen, porque todo ser humano es culto. No hay que saber hablar griego ni latín, ni conocer qué día murió San Martín. La forma en que nos relacionamos con otros, la forma en que cocinamos, la forma en que nos divertimos: todo eso es cultura. Cultura es hacer un alambrado en medio del campo para que no pasen las vacas. Cultura es lo que hace el ser humano para modificar la naturaleza. Cuando el tipo que hizo el alambrado sabe esto, se revaloriza. Siempre hemos hecho creer a la gente que la cultura es el gusto por cosas exquisitas: “¡Oh, el ballet! ¡Oh, Mozart! ¡Oh Miguel Ángel!” y eso es de idiotas. No quiero decir que no sea maravilloso, los he apreciado, pero también son maravillosos los tejidos que han dejado los Incas y las varias culturas que hubo en esta zona. A mí siempre me dicen “Usted es muy culto”. “Usted también” digo. “No, pero yo no lo soy tanto como usted”. “¿Cómo que no? Usted qué hace, a ver dígame”. “Soy taxista”. “¿Usted conoce todas las calles de Lima?”. “Claro, conozco el 70%”. “¿Y usted cree que yo conozco esas calles? Yo no conozco nada. Si me deja en una calle me pierdo. ¿Ve que sabe más que yo?”. Y empiezo a decirle montones de cosas que él tiene como capacidades y yo no.

Lo que hago en mis cursos es valorizar al ser humano, hacerle sentir que tiene capacidades potenciales para transformar el mundo que está viviendo. Porque cuando la gente se valoriza piensa más en serio, vota mejor, adopta una postura de activista social mucho más práctica. La gente es muy indiferente al otro. Lo importante es que sienta que el prójimo es su patria. Que lo quiera, que lo respete, que lo estimule, que lo considere. Que se dé cuenta de que tiene valores o capacidades diferentes. Todos somos parte de lo mismo. Rompo la idea de que la cultura es saber de todo porque cuánto más uno sabe, menos sabe. Como periodista he entrevistado físicos cuánticos, físicos nucleares, bailarines de ballet, jugadores de fútbol, etc. Cada uno tiene universos distintos, en los que desarrollan distintas capacidades. Respetar todas las capacidades es función de cualquier persona que ejerza la docencia.

¿Y cómo lograr la unión de esos mundos? Porque tienden a trazar fronteras y a no interrelacionarse, como patrias justamente.
Hay que enseñarle a la gente. Te cuento algo de lo que ningún occidental tiene idea: En algunas islas del Índico la gente puede soñar lo que quiere. Los seres humanos siempre soñamos que nos caemos de algún lado. ¿Nunca has soñado que te caías de algún lado?

«Que el saber se expanda, se reproduzca, no se compite por el saber. Al contrario, cuanto más compartimos, más sabemos y mejor estamos».

Sí, sí, y he terminado saltando.
¿Por qué sueñas eso? Sueñas eso porque durante millones de años vivimos en árboles, y si nos caíamos del árbol los bichos que había abajo nos comían. Aparte íbamos a quedar medio estúpidos por el golpe. Y en estas islas, en las que hay muchos árboles, donde la vida arborícola ha sido más cercana a nosotros, los chicos sueñan mucho con eso. Pero el abuelo les dice “No se preocupen. ¿No saben que tienen alas? Tienen que pensar que las abren”. Y es increíble: los chicos sueñan que tienen alas. En el próximo sueño no se caen, salen volando. Eso es una cultura. Yo le decía a Marco Aurelio Denegri (él hablaba mucho de la cultura y la ignorancia): “Si a ti te ponen en la puna, solo, bien arriba, en un rancho, ¿qué haces? ¿Cómo matas una oveja? ¿Cómo ordeñas? ¿Cómo vives? En cuatro meses tenemos que buscar el cadáver. En cambio, si viene a Lima un señor de Puno, en menos de quince días tiene una chambita acá, una chambita allá, y sobrevive. ¿Quién es más inteligente? ¿El que sobrevive, o el que se muere?”. Marco Aurelio se reía. “Eso es verdad” me decía. Tenemos que entender que las culturas son la expresión de la topografía del lugar, del clima del lugar, de la historia personal de cada uno de sus integrantes. Son un complejo que uno no puede juzgar.

El turismo me parece muy triste porque la gente se lleva la impresión. Alguien va a un país, encuentra cuatro personas maravillosas y dice “Ay, toda la gente de ese país es maravillosa” y resulta que el país está lleno de personas que no son maravillosas. Yo estuve siete años en Francia, y los franceses tienen fama de ser maleducados. Mentira, son fantásticos los franceses. Yo me acuerdo que tenía una vecina que era una viejita preciosa. Yo la invitaba siempre a las reuniones que hacíamos con la gente de las embajadas de la UNESCO. Venían venezolanos, colombianos, tocábamos un poco la guitarra. No te puedes imaginar la maravilla que era esta mujer haciendo bromas, jugando con su español pobre, enseñándole francés a la gente. ¡Cómo se adaptaba! Me decía siempre “París era así antes, una fiesta permanente”. Y me parecía hermosísimo, mostraba una visión de la ciudad que era maravillosa. De golpe una vez dijo “Voy a recitar un verso de Baudelaire”. “¡Ay! Que no haga un papelón” pensé yo. Y lo recitó, pero en broma, lo recitó burlándose. Hizo llorar a todo el mundo de risa. Cuando aprecias al otro en su diferencia, te enriquece. Si lo miras por sobre el hombro, eres un idiota. Hay muchos idiotas que miran por sobre el hombro, habría que operarlos del hombro.

El primer grupo de «Yo, Feliz».

¿Y no crees que pueda haber el peligro de que, al decir que culto no significa saber de todo (con esto me refiero a materias como historia, literatura, música, incluso antropología, que tú mencionas bastante para explicar el comportamiento humano), se desinteresen en estudiar?
Al contrario. Muchas personas no se acercan a un libro porque dicen “No lo voy a entender”. Entonces lo que uno hace es decir “Tú también eres miembro de esta sociedad en la que todos tenemos cien mil millones de neuronas. ¿Cómo no vas a poder entenderlo?”. Cada neurona puede hacer diez mil conexiones; es un capital extraordinario. Se le dice a la persona “Empléalo”. Se le hace sentir que puede crecer, que también tiene la obligación de entender al prójimo. Lo que pasa es que la gente que vive más apartada ha tenido menos acceso a la literatura, y por eso se siente inferior. Yo he entrevistado chamanes, y son personas sumamente inteligentes. Dicen cosas que me parecen más sensatas que muchas otras. Hay distintos saberes, y el ideal es que cada uno aprenda del otro. Por ejemplo, ayer estuve conversando con un muchacho que vino a arreglar algunas cosas a mi casa. Yo me interesé por lo que él hacía; y él, por lo que yo hacía. Me explicó estas cosas tecnológicas que son muy complicadas para los viejos como yo, y yo le expliqué acerca del cerebro. Se quedó fascinado. Estuvimos dos horas hablando. La idea de los cursos es esa: hacerle sentir a la gente que tiene capacidad de crecimiento y de que forma parte de la cultura.

«La gente es muy indiferente al otro. Lo importante es que sienta que el prójimo es su patria. Que lo quiera, que lo respete, que lo estimule, que lo considere. Que se dé cuenta de que tiene valores o capacidades diferentes».

El taller “Yo, Feliz”, ¿ya lo habías dictado antes? ¿Recuerdas algo de él?
No, esta fue la primera vez. Fue una idea de César Bedón, que me gustó porque se vinculaba al tema de las emociones. Lo que recuerdo es que hicieron preguntas muy pertinentes. Ahora no tengo en mente ninguna en particular (fueron doce horas de clase), pero sí me acuerdo que me hicieron pensar. Esto es muy importante, tanto para el educador como para el educando. Porque uno utiliza la repetición, pero cuando le proponen algo distinto no puede repetir. Debe buscar nuevos caminos y eso enriquece mucho, muchísimo, las conexiones neuronales. Para los profesores, un consejo: Si no sabe la respuesta, diga “No sé”. Nunca invente una respuesta para quedar bien, porque está traicionando a la persona que hace la pregunta. Eso además da una tranquilidad muy grande para hablar. Uno no puede saber toda la cantidad enorme que hay de conocimientos. Descartes decía que él cambiaría el 50% de lo que sabía por el 100% de lo que no sabía. Es una pedantería total. Yo cambiaría el 100% de lo que sé por el 1% de lo que no sé. Ahí sería un sabio.

¡Un culto!
(Risas). Me pasearía por Larco: “Aquí va el culto”. El 1%, imagínate. Astronomía, geología, griego, latín… Es una monstruosidad lo que hay por saber. Un tipo que se ufana de su conocimiento es un pobre sonso, porque le falta el conocimiento básico: Todo está por aprenderse. Si no fuera así, no seríamos tan torpes los seres humanos, no conduciríamos al planeta hacia su defunción como lo estamos haciendo. ¿De qué vale la cultura si no somos capaces de respetar la naturaleza? Si el hábitat en el que vivimos lo maltratamos como si se hubiese portado mal con nosotros. ¿Qué expresión de inteligencia es esa? Y todas las personas que están al frente de este tipo de destrucción han pasado por la universidad. Hay algunos que dicen tener no sé cuántos doctorados.

¿Crees que las personas nos preocupamos demasiado en planear nuestras vidas? Decimos “Haré esta carrera, después esta maestría, después este doctorado. Obtendré tal beca y me iré a tal lugar”. Armamos toda nuestra vida. Por poco no dibujamos en la pared de nuestra casa una línea de tiempo.
Escucha bien esto. Miguel de Unamuno, un gran filósofo español, dijo: “No te traces órbita porque no eres planeta”. Es buenísima esa. Querido, mi sueño era ser agricultor. Yo quería plantar maíz, trigo, cebada, centeno. Quería tener perros, gatos, ciervos, caballos, muchos caballos en mi campo. Pero terminé trabajando en organismos internacionales. Nunca quise salir de la Argentina: hace cuarenta años que vivo en Perú. Viví siete en Francia y uno en España. El hombre propone y Dios dispone. No sé si sea Dios el que dispone, o la casualidad, pero no te traces órbita, que no eres planeta.

«Planificar la vida no sale, a mí nunca me salió». Foto tomada el dìa de la entrevista.

Eso está muy ligado a la felicidad, ¿no? Porque hay mucha gente que no puede cumplir lo que ha planeado y, bueno pues, se frustra.
Herman Hesse, que fue mi gran maestro (por los libros, no lo conocí) decía que todo lo que te ha ocurrido es lo mejor que te ha podido ocurrir. Entonces, si tú piensas así, aprendes a aprender de las buenas y malas situaciones. Hay situaciones que te obligan a pensar el mundo de otra manera, eso te enriquece. Por ejemplo, ¿quién se iba a imaginar que en esta época, en este 2021, íbamos a estar encerrados en nuestras casas, padeciendo una pandemia, temiéndole a un enano invisible, maldito, y teniendo que usar una máscara? ¿Tú hubieses pensado algo así? Y todo esto ha interrumpido la carrera de un montón de gente. Planificar la vida no sale, a mí nunca me salió.

A mí tampoco…
Claro, y no conozco a nadie que diga “Sí, yo planifiqué mi vida de chiquito”. ¿Cuál es el secreto de la felicidad entonces? El secreto de la felicidad es disfrutar lo que uno tiene, y se disfruta cuando uno se conoce a sí mismo. El “conócete a ti mismo” de Sócrates es una frase de una genialidad total, porque sabemos un montón de cosas de alrededor, pero muy poco de nosotros. Cada día se debe vivir con los insumos que ese día te proporciona. Y por supuesto soñar con lo que quieras: “Voy a escribir un libro”, “Voy a viajar”; no tiene nada malo hacerlo, pero que tu felicidad no dependa de que eso se cumpla. Porque la felicidad también está en tu casa, con tu pareja, con tus amigos… La felicidad también está en lo cotidiano.


Guillermo Giacosa
Guillermo Giacosa

Ha trabajado durante más de 40 años como periodista en Argentina y Perú. Ha sido asesor del Director General de la Unesco. Ha asistido como experto en temas de juventud a proyectos en África, Europa y América Latina. Ha sido profesor de pregrado y postgrado en la UPC y la USIL; de postgrado en USIL y ESAN; de pregrado en la Universidad de Lima e ISIL. Además fue profesor de la Universidad de la Experiencia en la PUCP. Los últimos años los ha dedicado al estudio de las Neurociencias. Publicó 2 libros: “Jugar a vivir” con la Editorial Planeta y “Sábados en Familia” con la Editorial San Marcos. Es Premio Peter Berenson de Amnistía Internacional por defensa de los Derechos Humanos. Profesor en Machucabotones del taller «¡Yo, Feliz!«. Y, sobre todo, un amante del buen vivir.

 

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