¡Alto! Antes de leer hagamos un ejercicio. Cierra los ojos y pregúntate «¿Cuál es mi lucha?». ¿Ya la tienes? Procede a leer. Cuando termines, piensa con qué te has identificado y por qué. ¡Escríbelo! Te emocionarás.
Mi lucha es conmigo misma, con la parte que considera incorrecto arriesgarse en la vida y lanzarse a ser lo que le venga en gana. Es constante y destructiva; suelo estar alerta.
En mi lucha entre lo que quiero y debo hacer nace la forma más cruel de juzgarme, por cosas que hice o dejé de hacer. Y digo lucha porque literalmente me peleo. Me peleo fuerte. Y eso se ve manifestado en mi cuerpo con dolores de espalda, cintura y cabeza, incesantes y sin sentido; en mi mente con pensamientos graves y episodios de tristeza profunda y desmedida. Con llantos contenidos; con rabia a flor de piel; con reniegos por lo que estoy eligiendo como vida; con ansiedad que me genera episodios donde no puedo respirar más y deseo que la vida se pase rápido.
Lo más fuerte para mí, desde mi ámbito espiritual, es hacerle caso a esa pérdida de fe en lo más grande, esa fe que se me esfumó de niña cuando sentí que dios, o como queramos llamarle, me abandonó por completo y me dejó pasar momentos de muchas pérdidas y responsabilidades tempranas que ahora de adulta considero no debí asumir.
Mi lucha sigue y sigue, pero estoy cansada. Es muchísima la energía que se me va por sostener esto que necesita ser libre. Estoy muy cansada y bastante adolorida. ¿Tiene que ser así la única forma de liberarme de lo que aprendí que debía ser? ¿Tiene que ser por medio de la lucha y de que tenga que haber caído en esta batalla? Son preguntas que me hago. Si bien me sé la respuesta, aún no la integro, aún no es mía.
«Me peleo fuerte. Y eso se ve manifestado en mi cuerpo con dolores de espalda, cintura y cabeza, incesantes y sin sentido. Con llantos contenidos; con rabia a flor de piel; con reniegos por lo que estoy eligiendo como vida; con ansiedad que me genera episodios donde no puedo respirar más y deseo que la vida se pase rápido».
Tal vez solo debo dejar que suceda. Morirme, rendirme, soltar y ver qué pasa. Sé que no pasara nada, porque lo que yo creo que está bien no siempre lo está. A veces me siento incoherente porque pienso ciertas cosas, pero hago otras. Ahí es donde aparece mi verdadero yo: la libre, la salvaje, la decidida, la que corre con lobos. La desafiante, la rebelde, la guerrera, la que solo quiere vivir intenso. Ella que aún no puede salir, ella que está luchando y que está viva. Ella que está escribiendo estas líneas y no sabe si tienen sentido, pero que disfruta haciéndolo.
Mi lucha sí tiene un fin, lo sé, pero no sé si tiene sentido que sea así.
Tal vez solo necesito una tregua, tal vez solo necesito aceptar que puedo ser las dos. Pero hoy solo quiero ser más real y más humana. Tal vez solo necesito confiar en que, sea quien sea, siempre seré yo. Y que lo que creo que debo ser es solo un pretexto porque en mi consciente tengo mucho miedo de ser libre. No se trata de mi identidad, se trata de quién soy.
Quien soy no tiene ajustes, no encaja porque no quiere, solo es. Solo disfruta, solo vive, se adapta si quiere y se adecúa. Es libre de mostrar sus sentimientos sin esperar nada a cambio, y no se arrepiente de lo que ha vivido. Tiene heridas cicatrizadas porque quiere sanar, pero no deja de recordarlas con honor.
Necesito una tregua, necesito darme por vencida, pero no a quien debo ser, sino al hecho de que necesito liberarme. Es extraño, pero así lo siento, y si eso conlleva a que quien debo ser tenga que irse y morir, que así sea.
