Miro la foto y me olvido de todo lo feo

De la niñez a la adultez hay mucho trecho, pero este es salvado gracias a un maravilloso invento: la fotografía. Ver una foto puede sacarnos de un momento triste; aunque también puede suceder lo contrario. Aquí, a la autora, le sucede lo primero, aunque al inicio no lo parezca.

Siento nostalgia por la niña que solía ser. A los ocho años tenía otra mirada de la vida; más despreocupada podría decir. En la foto me veo risueña y feliz, pero no me siento así ahora. Sigo cumpliendo años, pero la energía o el gustito de celebrar mi día no son los mismos. Probablemente sea porque antes no pensaba en las cuentas que hay que pagar, en los resultados de las elecciones, en el trabajo al que hay que volver luego de cada fin de semana o en cómo a los más de treinta años sigo sin formar mi propia familia. Puede que sea por haberme dado cuenta de que las decisiones importantes de mi vida son mi responsabilidad y no hay nadie a quien culpar, o tal vez por haber perdido a mi papá Coquito en vísperas de mi cumpleaños del ‘98. ¿Quién sabe? Sin embargo, miro la foto y me olvido de todo lo feo, porque en ese momento sí estaba feliz.

Es lindo ver todas esas caras, aunque haya perdido contacto con ellas a lo largo de estos años. En la mayoría de casos porque o se cambiaron de escuela, o porque yo me cambié y no teníamos celulares y/o correos electrónicos que intercambiar como los niños de ahora. La única con la que nos hemos agregado ya de grandes al Facebook e Instagram es Heloísa, quien está sentada a mi derecha. Si te pones a pensar, son muchísimas personas las que pasan por nuestras vidas, y es increíble la cantidad de historias que podríamos relatar si hiciéramos el esfuerzo de recordar todo lo que vivimos a su lado. Como ahora mismo, cuando trato de recordar cómo fue mi cumpleaños del 10 de abril de 1997.

Lo más interesante sucedió unos días antes. Aquel año mi mamá decidió que tendría una fiesta con animadora, y me dijo que podría invitar a quien quisiera. Cualquier persona estaría súper feliz e invitaría a medio mundo; sin embargo, a esa edad, niños y niñas en mi escuela sentían una especie de amor-odio. Al menos eso era lo que yo creía y si los niños no me caían bien ni yo a ellos, ¿por qué los iba a invitar? “No, no lo haré” me dije. “Peeero, ¿qué podría hacer para que no se resientan los chicos? Uhm… ¡ya sé! Les entregaré en secreto la invitación a cada una de las niñas”.

«son muchísimas personas las que pasan por nuestras vidas, y es increíble la cantidad de historias que podríamos relatar si hiciéramos el esfuerzo de recordar todo lo que vivimos a su lado.»

No contaba con lo que sucedería. Una de mis compañeras me dijo “Te ayudo a repartir las invitaciones”, y yo “Claro, ¡gracias!”. Entonces ella fue a la pizarra y puso en letras que equivaldrían al tamaño 96 en Word “Cumpleaños de Marita, 10 de abril, 5 de la tarde” con mi dirección justo debajo. (Por cierto, Marita era como me decían de chiquita). Después esta muchachita empezó a leer los nombres escritos en cada una de las invitaciones, y a repartirlas una tras otra. Solo a las chicas. Los niños al saberse no invitados, se quedaron mirándome con más odio del que creía que en realidad me tenían. Consideré unos segundos invitarlos, pero al final no lo hice. Lo bueno fue que el día de mi cumple no pensé en el roche y la pasé muy bien. No llegaron todas las chicas del salón (no apareció la que me vendió delante de todos), pero si vinieron varias de mis amigas más cercanas. Hubo torta de chocolate y muchos dulces. Hubo algunas dinámicas como el juego de las sillas, ese que te obliga a buscar una silla disponible cuando la música se detiene. Soy bastante competitiva cuando quiero, así que fue muy divertido pelear por esas sillas; creo que hasta me caí, pero con la emoción del juego ni dolió. Hicimos un trencito por varias habitaciones de la casa siguiendo a la animadora. Bailamos mucho y, al final de la fiesta, la mejor parte, abrí los regalos. No es que sea muy materialista, pero me gusta la emoción de abrir los regalos y sacar las cosas nuevas de sus empaques. En fin, puedo decir que ese fue un gran día y que está en mi top cinco de todos mis cumples.


<strong>Grace Rejas</strong>
Grace Rejas

Tiene 32 años y es licenciada en Contabilidad, aunque en lo más profundo de su ser no se lleva bien con los números. En realidad es amante de las artes y las letras, por lo que siempre que puede se dispone a aprender nuevas habilidades ligadas a la escritura, el baile, el dibujo, etc. Tambén le gusta viajar, tomar fotografías y cantar. «Cada persona es un mundo. Misterioso, mágico. Por eso amo los libros, las historias, los cuentos; porque te dejan sumergirte aunque sea un poquito no solo en la cabeza, sino en el alma y corazón del autor». Grace se unió a la comunidad Machucabotones el año 2021 con el taller Yo Escritor.

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