La memoria es frágil, dicen. Incluso hay estudios que aseguran que aunque lo sustancial de un recuerdo (la emoción) perdura, el contexto va deformándose en nuestra mente y conforme pasan los años ya no recordamos las cosas tal cual las vivimos. Ahí el valor de las fotografías. Abrimos un álbum de fotos familiar y podemos ver rostros con los que estuvimos, y espacios por los que anduvimos, en diferentes etapas de nuestra vida. Como la infancia. María Claudia, la autora del siguiente texto, observa las fotografías de uno de sus cumpleaños infantiles, y piensa que no ha cambiado mucho. ¿Por qué será?
Esta foto me causa risa. Representa totalmente la actualidad: una María Claudia sensible que llora por todo y se hace bolas hasta en el día de su cumpleaños. Aquel, cumplía dos. Mi mamá me contó la historia: “Ese día me hiciste un berrinche horrible porque no querías ponerte el vestido que te compré. Tú querías usar otro. Te probé el vestido para que vieras lo lindo que te quedaba. Esa foto te la tomaron para que recordaras cómo te pusiste”.
Tengo una “foto mental” del momento del disparo del flash: estaba subida en una silla y quien tomó la foto se reía de mí. También recuerdo por qué no quería ese vestido: odiaba los bobos que tenía en los hombros. Odiaba que fuese tan “formal”. Yo quería mi ropa de siempre; no quería estar elegante en mi cumpleaños.
Justo hace poco me puse a escribir sobre cómo se me hace tan fácil llorar en muchas ocasiones. Lloro por todo desde que nací. Como la vez pasada en que lloré porque no tenía fuerzas para abrir un pote de miel: “Nunca voy a poder vivir sola” pensaba, mientras se me derramaba una lágrima. O como la otra vez que lloré porque el banco no me contestaba el teléfono. O como cuando se fue la luz en mi casa y no podía leer. Apuesto que, si en esas ocasiones hubiera habido alguien con una cámara en mano, hubiera salido igual al momento de esa fotografía. Lo bueno es que luego me siento ridícula y me río con la cara hinchada por haber llorado por una estupidez. Yo sería una excelente actriz: derramar lágrimas se me hace muy fácil.
«Recuerdo por qué no quería ese vestido: odiaba los bobos que tenía en los hombros. Odiaba que fuese tan ‘formal’. Yo quería mi ropa de siempre; no quería estar elegante en mi cumpleaños»
Al observar la foto, pienso también que hasta el día de hoy me gusta ir con mis propias reglas, sin protocolos, siempre cuestionándome por qué tengo que hacer algo para gustarle a los demás. También me causa mucha ternura. Aunque he crecido, aún conservo el mismo rostro de niña. Con veintitrés años más, ¡me veo igualita!
Pero esta foto tiene continuación. Si ves el álbum de fotos, verás que las de aquel cumpleaños empiezan con esta foto de mí llorando. Pero tres fotos después hay otra donde se me ve más tranquila, a punto de soplar la vela de mi torta. ¿Me habré quedado con el vestido nuevo? ¿Me habré encaprichado con el que quería? ¿Mi mamá me habrá obligado a usar el vestido, o me me habrá puesto el que yo quería? Saquen sus conclusiones.