En Facebook creamos un espacio para nuestra comunidad: Familia Machucabotones, y en él compartimos retos de escritura, entre otras cosas. De los retos han surgido muchos cuentos, este es uno de ellos. La consigna fue escribir una historia en tiempo presente y tercera persona. ¿Ustedes qué dicen? ¿Cumple esta historia con tales parámetros?
Él entiende que varios hermanos en la familia es difícil. La atención individual de cada hijo quema las emociones de su madre. No duerme. A él lo suelta: ¡a la de Dios!
La madre anda siempre preocupada porque sus hijos rompan sus recuerdos: su vajilla inglesa, por ejemplo, a la que tanto aprecio tiene. La oculta del alcance de ellos.
Él, introvertido, pero curioso, hace tantas cosas indebidas que cuando dicen su nombre responde “¡Y ahora que hice?”. Piensa que uno es conocido por lo bueno o por lo malo. Solo tiene que pensar “¡Esto también pasará!”.
Hace bulla con el arco y flecha, recibe amenazas de parar lo que hace. Uno de sus hermanos mayores se anima a corretearlo, le quita su juguete, y lo lanza al techo del ropero del dormitorio de sus padres. Molesto, sabe que debe resolver su problema. Jala una silla y la pone junto al ropero. Aún así, no alcanza a divisar la flecha y el arco. Intenta entonces apoyarse en el respaldar de la silla. Lo logra. Se empina para darse más altura y la silla empieza a perder el equilibrio. En una rápida respuesta logra sujetarse de un cajón, pero se desprende, y caen él, el cajón y su contenido, que era la vajilla inglesa de su madre.
La tan preciada vajilla termina hecha pedazos.
Llega su hermano y se agarra el rostro. “¿Qué hiciste? ¡Ahora te matarán!” le dice. El susto le obliga a limpiar rápidamente. Tiene poco tiempo antes de que su madre regrese de comprar en el mercado. Su hermano le ayuda a recoger lo rescatable y lo vuelve a guardar en el mismo cajón. El resto lo tira a una bolsa para la basura.
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Llega su madre y en un principio no sospecha; todos están tranquilos. Pero luego de quince minutos su hermano llega corriendo y le dice “¡Escóndete, ya se enteró!”. Del susto no sabe qué hacer. Sale corriendo del departamento hacia el techo del edificio. Mientras, escucha desde allí vociferar a su madre. De pronto, un silencio total. Ella se ha desmayado en un colapso emocional.
Él, del techo no baja. En la noche llega su papá y con voz calmada le dice: “Ven”. No le dice nada más; es suficiente el estado en el que está: asustado y preocupado, aún después de seis horas escondido.
Al día siguiente, su padre le dice “Tienes que disculparte con tu madre”. Se anima a pedir disculpas, pero la madre de un salto se levanta de la cama y lo vuelve a corretear. Por supuesto, él vuelve a desaparecer.
Así pasa varios días. La situación solo vuelve en calma con la promesa de que, cuando gane su primer sueldo, compre las ¡joyas de la familia!