En un anterior post, ya les hemos contado acerca de Familia Machucabotones, el grupo de ex estudiantes donde, entre otras cosas, se lazan retos semanales y ellos escriben. Este texto fue producto del segundo reto semanal. El objetivo era que escribieran durante diez minutos ininterrumpidos, a partir del primer pensamiento que les originara una fotografía. Cada día era una foto diferente, aunque todas de un mismo artista japonés: Tanaka Tatsuya. Fue un reto muy divertido. Salieron textos breves, pero muy reveladores. Uno de ellos, este de Gisella:
Voy a arreglar el cuarto del terror. Hacer que mi adolescente hija de trece años lo limpie y lo mantenga “decente” es una labor imposible, a pesar de haber probado todo lo que está en mis manos. Le he hablado racionalmente:
—Hija, ¿sabes por qué conviene mantener la limpieza y el orden? —Minutos de silencio, miradas al techo.
—Uhm… No sé… ¿Porque así no me demoraré en encontrar mis cosas?
—Claro, entre otros motivos. El orden te ayuda en tu vida futura: ganas tiempo.
Otras veces:
—Hija, sentémonos a hablar. ¿Por qué el desorden? ¿No crees que te sentirías mejor en un cuarto ordenado?
—Uhm… No sé, mami. La verdad no me doy cuenta. —Mi hija con cara de “Ahora se cree mi coach”; y yo respirando hondo.
—Entiendo. ¿Y qué propones?
—Revisarlo con Sandra esta semana. Quizás tengo un bloqueo, porque como tú eres tan ordenada…
La conversación termina y yo pienso “¡Qué bueno que le pago las asesorías con esa coach!”. Sin embargo, otras veces se me olvidan todos los manuales de cómo tratar a una púber.
—¡Carajo! ¡Ya me cansé! Qué desastre. ¡Hasta cuándo? ¡Levántate y limpia tu cuarto!
—Okey, okey.
—Diez minutos y entro a revisar todo.
Sorpresa, sorpresa
Pero ahora estoy de buen talante y me gana el bobo. Aprovecho que se ha ido a una pijamada para limpiar y que así encuentre lindo su cuarto. Además, le he comprado nueva ropa de cama; será una sorpresa.
Pongo música y empiezo limpiando el polvo de los estantes. Luego doblo la ropa y la guardo donde corresponde. Cuelgo las casacas y las chompas.
Las zapatillas están fuera de sus cajas y, cuando intento levantar una de estas, no puedo. La abro y me encuentro con más o menos veinte manzanas. Quedo estupefacta. “¡Peto! ¡Ven! Mira lo que hace tu hija con las manzanas que le mando en la lonchera”.
—Hija, ¿qué fruta te pongo en la lonchera?
—Manzana roja, mami.
—¿No quieres otra fruta? ¿No te cansas? Toda la semana llevas lo mismo.
—No, me encanta.
Le tomo una foto a la caja y se la envío. “Cuando vengas hablamos”. Me deja en visto. Reprimo las ganas de llamarla; no pienso darle la oportunidad de cojudearme; quiero verle la cara.
Al rato me llega un mensaje:
—Odio las frutas; odio las manzanas; ¡odio a la nutricionistaaaa!