Coger un lápiz y escribir una frase en la pared del baño

El autor a los 28 años

El otro día se cumplieron 2 años desde que se decretara el estado de emergencia sanitaria en el Perú y todos tuviéramos que escondernos de la muerte en nuestras casas, lavándonos las manos con alcohol y con miedo de respirar cerca de otros y tocarnos. Creo que en el 2020 el mundo entró en una locura de la que aún no despierta. Comparto con ustedes este texto que escribí a inicios del estado de emergencia, porque yo también tuve mi crisis, y con Leslie desarmamos el local de Machucabotones que quedaba en Miraflores y me regresé a vivir con mi mamá.

César

El domingo regresé a dormir al tercer piso de mi casa. Desde los 30 años mi dormitorio fue ese cuartito en el tercer piso con una ventana diminuta como la ventana de una celda, y yo pensaba que era el lugar perfecto para vivir la vida sosegada que quería para mí. Necesitaba evitar todo sobresalto que perturbara mi precaria paz interior (buena parte de mi juventud la pasé pensando ideas violentas, algunas de ellas suicidas, y aunque las fui abandonando sin pena, en parte gracias al viaje que emprendí en solitario por la India, seguía sintiendo que yo mismo valía muy poco y que nunca alcanzaría la felicidad: fantaseaba con vivir solo en el campo, rodeado de perros).

Mi vida era simple. Trabajaba en una emisora de radio que me exigía 2 horas de presencia a la semana y hacía trabajos free lance escribiendo libros, no tenía enamorada ni hijos, salía de mi casa únicamente para ir al cine, mi mamá me cocinaba y lavaba mi ropa, y mis ocupaciones principales eran leer libros, escuchar música y ver las películas que me descargaba en la computadora. Vivía (hermosamente, dramáticamente) una enorme cantidad de vidas imaginarias. Pensaba con frecuencia en “vivir dentro del arte”, es decir, en construir mi propia realidad sobre esas ficciones que yo consumía y también deseaba crear, y mandar al diablo todo lo demás y mirar para siempre en una sola dirección: ser artista y quedarme a vivir dentro de las películas y los libros, no tener familia ni querer a nadie. Cosas así pensaba encerrado en mi cuarto. Soñaba con publicar un libro. También hacía cosas como bailar frente al espejo del clóset con un CD de los Chemical Brothers, y escribir frases en las últimas páginas de mi cuaderno de francés. Una de las frases era “Quiero conocer a una chica que tenga capacidad de asombro y capacidad de juego”, porque me sentía muy solo, y había llegado a la conclusión de que tenía que conocer a una chica con capacidad de asombro y capacidad de juego. Empecé a pensar mucho en eso, en conocer el amor junto a una chica y mostrarme como realmente era: un pata de 30 años que vivía con su mamá y que escribía frases en un cuaderno, y que llevaba una colección de ramitas y hojas en su mochila. Otra frase que apunté en aquellos años, en un intento de darle orientación a mi vida, fue “Únicamente haré cosas que me den placer”. Me sentí importante cuando escribí aquella frase en mi cuaderno. Pero resultó imposible de llevar a la práctica.

Me gustaba apuntar frases y repetirlas mentalmente en la ducha, en la combi, cuando por cualquier razón me encontraba rodeado de personas y me hastiaba de su presencia. Las palabras me daban seguridad.

EL TERCER PISO

El dormitorio del autor hacia el 2010

Los constructores de la casa donde yo vivía con mi mamá habían bautizado un cuartito del tercer piso como el “cuarto de servicio”, pues en teoría estaba destinado a la empleada cama adentro. Como nunca nadie trabajó bajo esa modalidad en mi casa, y como hacia el 2007 yo había cumplido 30 años y deseaba independizarme simbólicamente de mi mamá, que dormía en el segundo piso al igual que yo, un día subí mi cama al tercer piso (me ayudó mi mamá) e inauguré mi penthouse. Uno de mis primeros actos de independencia fue pintar las paredes, que tenían marcas de dedos y estaban descascaradas en las esquinas: pensaba en todas las chicas que en los próximos años subirían en las noches para tener sexo conmigo en aquel hermoso lugar. Aunque no tenía ninguna idea de quiénes eran esas chicas, ni de cómo las conocería o cómo reuniría el valor para hablarles, supe que aquella mudanza era importante en mi vida emocional porque, cuando empecé a pintar de blanco la salita anexa (el cuarto de servicio estaba dentro de una pequeña salita que también reclamé como mía), la pared empezó a quedar pegoteada de tiras gelatinosas y bolitas de pintura, pues al parecer no había hecho bien la mezcla en el balde, y mientras más pasaba la brocha más fea quedaba la pared, y yo me sentía ridículo. Empecé a maldecir y a increpar mi torpeza, y a mancharme con la pintura que chorreaba de la brocha… Así pinté esas paredes del tercer piso, renegando. Con esmero al principio y de cualquier manera al final. Me demoré varios días. Tiempo después le conté el episodio a mi amigo Mario (no le mencioné lo de las chicas que subirían en secreto a mi cuarto, pisando despacio los escalones para no despertar a mi madre) y él me dijo, con su habitual agudeza: “Lo que te ha frustrado no es la pared. La pared es el símbolo”.

En el Museo de la Inquisición, año 2010

Salto hacia adelante en el tiempo. Muchos años hacia adelante. 7 años. En el 2014 yo era una persona distinta, en parte porque me había hecho mayor y en parte porque ahora tenía una empresa. Y conocía el amor. Me había asociado con mi novia, Leslie (una muchacha con capacidad de asombro y capacidad de juego) y habíamos formado una empresa a la que bautizamos como “Machucabotones”. Usábamos la salita del tercer piso como oficina y nos la ingeniábamos para hacerla funcional y acogedora, pese a que no teníamos mucho dinero: una noche recogimos de la calle una tabla de madera que alguien había botado, y con ella improvisamos una mesa para documentos que se asentaba en dos banquitas y se cubría con un mantel rojo. Habíamos formado la empresa meses después de quedarme sin trabajo, lo cual fue un vuelco en mi vida, y nuestra idea inicial era vender polos (un día contaré la historia de los polos: fueron dos o tres meses de dedicarnos a diseñar ropa en la computadora; todo terminó el día en que Leslie se apareció diciendo que ya no teníamos dinero en el banco, y abriendo los brazos dijo “BASTA, BASTA, SE ACABÓ ESTO, NO VAMOS A DISEÑAR MÁS POLOS”).

Diseños de Machucabotones para la marca «Saturna Lima»

LA IDEA DE APUNTAR FRASES

Decía que el domingo regresé a dormir al tercer piso de mi casa. Ya no está la cama. Leslie extendió dos frazadas y un cubrecama sobre el piso recién encerado y encendió el calentador portátil. Nos echamos junto con Allujo (que va donde vamos nosotros, “porque es como el perro de Tintín”, dice Leslie). Echado junto con ellas se me ocurrió que aquel dormitorio, aunque bonito, era enloquecedor: demasiado fuerte el anaranjado. Y el negro. No dejan descansar. No sé qué tenía en la cabeza cuando pinté ese cuarto.

Fui al baño a orinar. Como hacía tiempo no dormía en el tercer piso, ya no entraba al que antes había sido mi baño: siguiendo la lógica de los constructores de la casa, es un baño chiquito y oscuro, el “baño de servicio”. La puerta no puede abrirse del todo porque choca con el lavatorio. Al prender la luz tuve un flash de impresión, como si estuviera ante esas paredes celestes por primera vez. Ya me había olvidado de las frases escritas a lápiz. Son de la época en que fundamos Machucabotones.

En el libro “Franny y Zooey”, de Salinger, se cuenta cómo en el dormitorio de los hermanos mayores hay una cartulina pegada en la puerta, con frases anotadas a lápiz en caligrafía diminuta. Recuerdo una de las frases:

«Dios instruye al corazón, no mediante ideas, sino mediante dolores y contradicciones.»

De Caussade
«Franny y Zooey es un libro de J. D. Salinger publicado en 1961 y formado por dos relatos ambientados en Manhattan en noviembre de 1955. Las dos historias fueron publicadas anteriormente en The New Yorker y editadas como libro en septiembre de 1961.»

La idea de apuntar frases en una superficie visible, y leerlas constantemente, me dio vueltas desde que leí aquel libro. Cuando empezamos a enseñar escritura en Machucabotones yo mismo recomendaba a los alumnos colocar un letrero en la pared de sus dormitorios, con una frase enérgica como SOY ESCRITOR. Escribir la frase, pegarla en la pared y leerla todos los días, así uno sienta vergüenza, sirve para desarrollar la confianza. Eso lo he comprobado en persona. Yo había escrito en la pared de mi baño mi propio nombre en letras mayúsculas (lo escribí al revés, para leerlo al derecho en el espejo que colgaba sobre el lavatorio: CÉSAR BEDÓN, para poder asociar mi nombre con mi cara, y convencerme a mí mismo de que mi nombre me gustaba porque era un nombre de emperador, y no el de la persona que me devolvía la mirada: un tipo ojeroso con un bloqueo creativo que le venía durando 7 años).

Un día escribí una primera frase sobre el wáter:

HACER VISIBLE LO INVISIBLE. NOMBRAR LO QUE NO HA SIDO NOMBRADO.

Era una frase que se me había ocurrido tiempo atrás, y que yo solía repetir para mí mismo, pues sentía que esa era la función que debía cumplir el arte: ser una revelación. Me emocionaba pensando en eso. Necesitaba leer constantemente esa frase, supongo, para sentirme escritor. Creo que hay algo de desesperación en coger un lápiz y escribir una frase en la pared del baño, y yo estaba desesperado porque mi único proyecto literario era un cuento que no podía terminar de escribir, y que venía corrigiendo desde hacía 7 años. Pero nunca terminaba de convencerme.

Era penoso. Todo el tiempo me sentía cansado.

Tiempo después apunté en la pared:

EN LOS SUEÑOS EMPIEZAN LAS RESPONSABILIDADES

Era una frase del poeta estadounidense Delmore Schwartz, que Lou Reed citaba en su CD “Magic and loss”. La frase resonaba en mí, porque yo tenía un sueño, por supuesto, y la idea de alcanzarlo regresaba constantemente a mi mente, angustiándome. Porque me daba vergüenza verbalizarlo. Me daba vergüenza decir que mi sueño era ser artista. Tenía miedo de fallar y ser humillado frente a todos. En la época en que estuve bloqueado y mi única actividad literaria era corregir aquel cuento, que no podía terminar, también invertí mucho dinero y tiempo (mío y de otras personas) filmando un cortometraje que nunca se estrenó. Varios planos me salieron mal. Estuve editándolo dos años, pero no lograba solucionar el desastre. También deseaba hacer música, pero nunca había tenido la disciplina para practicar escalas en la guitarra, y me avergonzaba escuchar mi voz cantando en las grabaciones que hacía…

Pero en la época en que empecé a apuntar frases en la pared de mi baño, cada vez más frases de motivación, una semilla de entusiasmo había aparecido en mí: yo había vuelto a escribir gracias a Leslie. Un día en que yo me quejaba de lo difícil que me resultaba terminar aquel cuento, que aún no me quedaba perfecto, ella me suplicó: “¡Solo ponte a escribir, deja de corregir ese cuento…! ¡Haz algo nuevo, algo más suelto…! ¡Escribe sobre cualquier cosa que venga a tu cabeza!”.

Una prueba de color del cortometraje «Vida en Otros Planetas»

EMPECÉ A ESCRIBIR

Empecé a escribir textos sueltos en la computadora, nada extraordinario. Pero escribía con gran placer, asombrándome de mi facilidad para hacerlo. Usaba letra grande y tipeaba a velocidad regular. Le mostraba lo que había escrito a Leslie, y ella me decía invariablemente que estaba hermoso y que debía seguir escribiendo (tiempo después, en medio de una discusión, ella me dijo “¡Yo siempre te voy a decir que me parece hermoso, así piense que está feo!”). Escribía y escribía, hasta que una idea empezó a tomar forma en mi cabeza. De esa manera empecé a escribir Vocales y Consonantes, el libro que me ocupa desde el 2015 y que espero terminar en los próximos 2 años (escribo mi libro con intermitencias, porque al mismo tiempo debo manejar una empresa junto con Leslie, y en verdad no tengo mucha idea de cómo manejar una empresa aún).

Escribo con torpeza y con lentitud. Escribo con ilusión. Nunca antes he hecho algo como esto. Pienso que estoy creando algo de valor, y pienso que Leslie y yo estamos creando juntos algo de valor, que puede servir a muchas personas. Porque la escritura salva. La palabra escrita crea realidad. Y en Machucabotones enseñamos a escribir.

En este baño están las frases que me salvaron, las que apunté a lo largo de 4 años, antes de que nos mudáramos a Miraflores. Veo con ternura esta anotación: “2014, AÑO DE LOS CAMBIOS”, y pienso en la enorme cantidad de eventos que me han llevado al lugar en el que me encuentro ahora, escribiendo este texto para ti. Son frases que escribí para sentir fuerzas, frases que apunté sintiéndome un poco tonto. Pero yo quería un cambio en mi vida. Quería salir del entrampamiento en el que estaba.

Y aquí te dejo esta foto. No me resulta enteramente cómodo, porque es muy privado. Pero quería compartirlo. Siento que a alguien puede servir esta imagen de una pared descascarada llena de anotaciones a lápiz. Para mí, es la evidencia de que siempre se puede salir de un hoyo. Esta imagen es un fósil de quien yo era.

Cierro la puerta y me voy. Quería compartir esto contigo.

Esta es mi lucha.


<strong>César Bedón Rivera</strong>
César Bedón Rivera

Tiene 20 años de experiencia como conductor de programas de conversación en radio peruana. En el 2008 publicó «Un sol que en invierno». Ha sido Editor de Cultura en la revista Velaverde. Junto con Leslie Guevara dirige Machucabotones Escuela de escritura.

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