El primer amor: bonito, doloroso, excitante, incierto, explosivo, intenso. ¿Cuántos calificativos más podríamos decir de nuestro primer amor? ¿Y cuánto nos atreveríamos a revelar sobre él? Alessandra nos cuenta sobre una de esas noches terribles en las que somos presa de… ¿quién sabe exactamente de qué? Del amor, de los recuerdos, de las ilusiones.
Corazón 1-Razón 0
Era un noche de verano. Su clima era perfecto: ni muy calurosa ni muy fría. La luna se podía apreciar desde la ventana de la sala de mi departamento, y por las escasas luces de las calles cercanas podía apostar que era medianoche.
Me encontraba en un dilema: escribirle o no. Una parte de mí moría por hablarle y decirle lo mucho que lo extrañaba y me hacía falta, mientras que otra parte sabía que humillarme de esa manera no era correcto. Habíamos terminado, sí, pero no por mi culpa. Yo no hice lo que él hizo, ni le di motivos para que dudara de mi confianza. En conclusión, quien la había cagado era él, lo sabía, pero a pesar de eso, sentía que algo me faltaba. Lo echaba de menos, y una pequeña voz en mi cabeza me gritaba el coro de una canción en alemán que me gusta mucho, y que describía al pie de la letra mi situación:
“Herz über Kopf”
Incluso mi subconsciente sabía que él no era el indicado; sin embargo, mi corazón, terco como siempre, ignorando a la razón se dejó llevar por los instintos. Me incorporé del mullido sillón y me dirigí a la mesa del comedor. Desconecté el cable que unía mi celular con el interruptor y con cierto nerviosismo tecleé su nombre.
Por unos segundos debatí mentalmente si era correcto llevar a cabo lo que estaba pensando. Tras suspirar, llegué a la conclusión de que sería un error, pero aun así le escribí.
Sentí mi corazón acelerarse al ver que mi mensaje había sido entregado con éxito. Reposé mi celular con la pantalla hacia abajo para poder evitar leer cualquier notificación. Mi cabeza me dio vueltas por un par de segundos: volví a tirarme sobre mi cómodo sillón.
Tal vez los shots de ron que había tomado minutos antes se me habían subido muy rápido a la cabeza, o tal vez que haya tomado esa decisión no había sido culpa del alcohol. Tal vez los mensajes de nuestros amigos que me preguntaban a diario si habíamos terminado me agobiaban. Tal vez las fotos que aún guardaba en mi galería con la excusa de que eran bonitos recuerdos eran las causantes de mis constantes noches en vela. Tal vez su olor, que aún se mantenía impregnado en la ropa que habíamos compartido, era el culpable de mis dolores de cabeza. Tal vez mi corazón seguía latiendo por él. Tal vez, solo tal vez, lo seguía amando. Pero estas eran solo suposiciones, o eso era lo que quería pensar.
Tiré mi cabeza hacia atrás al mismo tiempo que solté un suspiro, como uno de aquellos que solía sacarme con su sonrisa. Una vez más la luna fue testigo de mis lágrimas. Y una noche más me permití llorar por un chico que no valía la pena, y que dejé que tomara el control sobre mí.
“Esto es parte de terminar con alguien” pensé. “Todo es un proceso”.
Traté de engañarme con estos pensamientos, pero sabía que no eran ciertos. Sabía que la noche siguiente sería igual. Sabía que el sentimiento de vacío no se desvanecería y que las ganas de llorar al ver nuestras fotos no desaparecerían. Sabía que estarías siempre tatuado en mi corazón, porque sí, aunque me duela admitirlo, fuiste mi primer amor.
***
¿Recuerdas esas noches que nos quedamos hablando hasta las dos de la mañana? ¿O aquella vez que nos tiramos la pera? Hasta ahora me genera gracia recordarlo. Siempre había querido hacerlo, pero no había tenido la valentía suficiente. Tú me la diste. A tu lado me sentía la chica más valiente del mundo. Sentía que podía afrontar cualquier cosa si estabas conmigo. Eras el príncipe que había venido a rescatarme de mis demonios. Pero definitivamente me equivoqué. Lo más triste es que me di cuenta demasiado tarde.
***
Sobriedad
Si alguien me hubiera dicho que caería por un chico me habría reído. Pensar en que llegaría a enamorarme y, sobre todo, que sería correspondida, me era imposible.
Sin embargo, pensé que él me amaba. Pero, ¿cómo iba a amarme si ni siquiera yo podía hacerlo? ¿Cómo podía esperar que alguien más lo hiciera? Era obvio, él había sido la primera persona que había visto quién era yo en realidad y se había quedado. Me había entendido, me había escuchado, me había sostenido. ¿Cómo no iba pensar que me amaba?… Pero era un jugador. Algunos nacen con ese talento: jugar con las personas y deshacerse de ellas a la velocidad de la luz.
Así de fácil caí. En un tronar de dedos ya me tenía boba. No sé si fue su sonrisa, su personalidad, su aroma, su mirada o su trato, pero algo en él me hechizó. En noches como esta lo único que quiero es deshacer el hechizo y volver al día en que nos conocimos para evitarlo. Si lo hiciera, podría eludir muchas cosas de las que ahora me arrepiento. Podría evitar abrirle mi alma y entregarle mi corazón.
«¿Cómo iba a amarme si ni siquiera yo podía hacerlo? ¿Cómo podía esperar que alguien más lo hiciera? Era obvio, él había sido la primera persona que había visto quién era yo en realidad y se había quedado. Me había entendido, me había escuchado, me había sostenido. ¿Cómo no iba pensar que me amaba?»
A esas alturas de la noche estaba en otra. Mi cabeza daba vueltas y lo único que hacía era cantar canciones de Morat a todo volumen. Estoy segura de que mis vecinos me deben de haber odiado. ¿Qué persona en su sano juicio se pone a hacer karaoke a las dos de la mañana? Exacto. Yo no estaba consciente de lo que hacía. Sólo quería disipar mis pensamientos y todo lo que sentía.
Otro shot de ron ingresó a mi cuerpo y sentí cómo quemaba mi pecho. Amaba la sensación que tenía cada vez que tomaba. Ese ardor era satisfactorio. No era la típica adolescente que fuma y toma todos los fines de semana y sale de fiesta. Todo lo contrario: prefería quedarme en casa viendo Netflix o escuchando música antes que salir con mis amigos a alguna reunión. Prefería vivir tranquila y libre de químicos que malograran mi cuerpo. Sin embargo, la situación lo ameritaba. Mi primer amor se había ido a la mierda y todo por culpa de las hormonas.
¿Por qué a la gente le cuesta tanto decir “Lo siento, ya no te amo, creo que es mejor terminar”?
Nada, no les cuesta nada.
Y él no es la excepción.
No le costaba nada.