Me quito los lentes, froto mis ojos con mis nudillos. Los abro y todo sigue igual: el lugar descomunal y yo minúsculo. Vuelvo a sobarme los ojos, ahora con más fuerza. Así una, dos, tres veces, hasta que los ojos comienzan a arderme como si tuviera conjuntivitis.
Me sucede a menudo que cuando me siento a escribir no logro hacerlo por un tiempo prolongado, porque en lugar de dejarme llevar por los recuerdos, y los sentimientos que estos me provocan, me preocupo por el estilo y la estructura del texto. Pienso, y mucho. Y es exhausto. Pero, si no puedo escribir sobre […]