Miller afirmó: «El artista tiene algo en común con el héroe. Aunque funciona en otro plano, cree tener también soluciones que ofrecer”. Por esto, podemos decir que toda persona es artista, pues tarde o temprano mira a su alrededor y se pregunta “¿Para qué he venido?”. Voltea y ve fallas. Trata de comprenderlas y solucionarlas. Por eso escribe. Como Adriana, que ha tenido el coraje de escribir sobre sus luchas personales y compartirlas contigo.
Versus 1
Todavía no sé cuál es mi lucha. Creo que tengo varias. La primera que me viene a la mente es la lucha por la educación. Sería demasiado iluso y benigno pensar que lucho por una educación igualitaria, que pongo mis energías y sueños en eso (me gustaría pensar que es lo que busco), pero lo mío es más banal. Lo mío es buscar formas más eficientes, simples y emocionantes para que los chicos aprendan, y en especial, para que se enganchen con la lectura. Creo que nace de mi experiencia en el colegio y la universidad (dos etapas de mi vida que adoré). Fueron relativamente fáciles para mí, pero sabía que yo era la excepción a la regla.
Pude ver que había partes desmotivadoras y que, mientras para mí, el colegio era estimulante y muchas cosas funcionaban (porque era del tipo que le encantaba comerse los libros), para mis amigos no sólo era difícil conectar con los temas, sino también ver cuál era su relevancia. Además, era una pena que no pudieran demostrar otros talentos que en ellos abundaban, y yo envidiaba. Entre ellos estaban poder hacer todos los ejercicios de Educación Física, poder hablarle a chicos de otros grados, no reaccionar tan nerviosamente cuando los sacaban a bailar en las fiestas, y no hablar solo de ellos y de las cosas que les interesaban, sino también saber escuchar… en fin. De esa idea nacieron mis ganas de ser profesora, aunque en esa época no me daba cuenta y rechazaba ese camino profesional: me parecía muy trillado.
De ahí y de las coincidencias de la vida. Pero en general, siempre pienso que es mi anhelo por ayudar a la gente lo que me ha traído por este camino. Es una lucha constante para mí, porque cada vez que avanzo un poco, veo que hay más barreras, aunque últimamente siento que cada vez hay más pequeños logros.
Versus 2
La segunda creo que es una lucha como mujer, una lucha por aquellas que no siguen los patrones estereotipados del género: las que salen a trabajar mientras que el marido cuida a los hijos, las que viven solas y se van de viaje, las que no tienen en mente tener hijos… Eso deja en shock y vuelve locas a mi mamá y a mi suegra, pero creo que ese alocamiento me encanta. En mi caso esto se presenta más en las decisiones que tomo. Generalmente, siguiendo algún camino inusual en cosas en las que todos siguen la flecha. Me gusta ser diferente, pero a veces ese es un lujo que muchas mujeres no se pueden permitir. Antes trataba de amoldarme a los estándares de la sociedad. Ahora no me importa mucho. Es más, hasta diría que gozo dando la contra y haciendo despliegues de sutil rebeldía. Incluso, trato de convencer a otras personas de que es la mejor manera.
«Me gusta ser diferente, pero a veces ese es un lujo que muchas mujeres no se pueden permitir. Antes trataba de amoldarme a los estándares de la sociedad. Ahora no me importa mucho. Es más, hasta diría que gozo dando la contra y haciendo despliegues de sutil rebeldía».
Versus 3
Pero creo que mi lucha más grande es contra el caos que habita en mi casa, la cual comparto (o compartía hasta hace poco) con mis dos hijos y su papá. Recientemente me he acercado al movimiento minimalista en lo que respecta a objetos que uno pone en el hogar. Me encanta deshacerme de las cosas que ya no uso, o que ya no me “llenan de alegría”, como dice Marie Kondo. Es más, me encanta regalarles mis cosas a mis amigos. Ellos saben que cada seis meses tendré una caja de la que ellos podrán escoger cuántos objetos deseen: es una Navidad pequeñita para todos. Pero este sistema minimalista es un pecado para la familia de Michael, mi esposo. Es una afrenta a los padres fundadores de la patria, a los peregrinos del Mayflower, y a toda la línea de parientes que han venido antes que él.
Desde hace muchos años, mi suegra está a un paso de ser acumuladora compulsiva. Entre montañas de cupones, fólderes de IBM (donde trabajó por más de 30 años), y su colección de muñequitos Hummel, ella ha construido su mundo en el que pareciera necesitar ver constantemente todo lo que tiene en la vida, para recordar que vale la pena vivirla. Cuando recién conocí a mi esposo, y a su familia, me sorprendió que siempre que necesitábamos algún objeto, primero le preguntáramos a ella y que, por lo menos, la mitad de las veces lo tenía y nos lo daba. Pero con el tiempo me di cuenta de que aceptar algunos objetos de ella era como abrirle la puerta a un aluvión. Poco a poco me fue llenando la casa de latas de comida que encontraba en oferta, de docenas de líquidos para limpiar la ducha, de bolsas de pan de molde, y de sillas, mesitas y adornos que encontraba en sus semanales visitas a la casa de subasta.
Pasó así por varios años, pero una vez que vinieron mis hijos, ya no había espacio para tanto objeto extra, ya que los niños vienen con su pan bajo el brazo y un millón de accesorios. Fue ahí que empecé a darme cuenta de que jamás tendría un minuto libre si siempre tenía que pasar el tiempo organizando los objetos nuevos que entraban a mi casa. Además de que muchos de los productos comestibles que me daba estaban llenos de químicos y no eran saludables para mis hijos. Entonces fue que empecé a decir que ya no necesitaba más productos de limpieza, que había dejado de comer cosas de lata, que no quería otros tres paquetes de pan de molde. Mi suegra me empezó a mirar como un bicho raro, como un ser ingrato y casi al borde de la locura por rechazar cosas que se obtenían casi de gratis.
Entonces empezó mi lucha, casi frontal, con ella. Primero con una sonrisa, y luego con largos e-mails explicándole el por qué usar un forro de plástico en el biberón de mi hijo no es una buena idea. Ella respondió con una cara agestada, con una queja a Michael, y con menos visitas a mi casa.
Yo suspiré.
Sin embargo, yo también he perdido batallas, especialmente en la Navidad. Es una bacanal del capitalismo. La sala de mis suegros se llena, literalmente, hasta que no queda espacio para sentarse. Abrir los regalos es una actividad de cuatro horas donde necesitas hacer un calentamiento previo en los brazos y haberte preparado mentalmente por dos días, para no sucumbir a la sobreestimulación de los sentidos. Tengo 12 días para prepararme para el siguiente round.