Cuando se trata de recordar algo, a veces no basta con hacer trabajar a las neuronas. A veces hay que hurgar entre nuestros cachibaches. Yo quería recordar qué tipo de música oía antes de que me obsesionara con el rap. Puse de cabeza mis gavetas. Mi descubrimiento me trajo algunas reflexiones. Aquí se las comparto. Y al final, cinco de mis raps favoritos.
Como toda persona que tuvo alguna vez una Pentium I, impresora y escáner en dispositivos separados, que renovó cada tantos años su celular —ya fuera por robo, pérdida o capricho—y que adquirió conforme se llenaba de documentos, fotos y canciones pirateadas, memorias USB cada vez de mayor capacidad, me llené —o mis cajones se llenaron— de cables y hardware. Y, como toda persona obsesiva con el orden, con un toque de acumulador compulsivo, me dispuse un día a limpiarlos, a deshacerme de toda aquella chatarra, a trasladarla de mi cuarto al depósito de mi casa, a convertirla en la basura de mi papá. En suma, me dispuse a convertir mi problema en el problema de otro.
Sin embargo, este ordenamiento no lo hice únicamente a nivel tangible, también lo hice a nivel intangible. Me dispuse a revisar cada una de las memorias USB, y cada uno de los MP3 que aún conservaba para clasificar la información que contenían, y para almacenarla en un solo lugar. Llegué a una pequeña memoria USB de color azul y cuatro gigabytes de capacidad, que según recordé, no me costó nada: me la había encontrado conectada en el CPU de una de las computadores de la cabina de internet a la que iba. La conecté a mi laptop y me puse a revisar las carpetas. Como la obsesión por el orden me viene desde pequeño, en su momento ya había organizado más o menos aquella memoria, así que no me significó mucho trabajo. Fotos, videos, trabajos de investigación para el colegio. Música: más de doscientas pistas musicales correctamente nombradas y ordenadas —por la computadora, claro— en orden alfabético.
Clic derecho, propiedades.
Nombre: okey. Intérprete: okey. Álbum: okey. Género: … Muchas pertenecían a los géneros de reggaetón, pop, salsa y rock, pero eran más las que estaban clasificadas como hip-hop. Al ver los nombres de los artistas, recordé que una parte de las canciones las descargué de discos que compré en el mercado. Estaban Tres Coronas, Callao Cartel, Rapper School, Eminem, Nach, Porta, 50 Cent, Violadores de verso. Y la parte restante, directamente del YouTube. En este caso figuraban Canserbero, Umano, Niggas Clicka, El Paisa, Pedro Mo, La Etnnia, Tiro de Gracia, etc.
Todas esas descargas databan del año 2013, cuando en lugar del WhatsApp estaba de moda el Windows Live Messenger, y en lugar de Facebook, el Hi-5. Cuando en lugar de colocar en tu nickname tu nombre y apellido bien escrito, ponías un frase con mayúsculas, minúsculas y números alternados: EnRik3 mAsSs NaiLon o una cosa así. En aquella época, así como en la época que comenté en un post anterior, no disponía de internet en mi casa, así que, para cualquier trabajo, cualquier investigación, o cualquier juego que quisiese jugar en línea, tenía que irme a una cabina. Podía estar buscando información para una tarea, podía estar chateando por el Messenger, jugando al Counter-Strike o al Half-Life. Podía estar stalkeando el Hi-5 de la chica que en ese momento me gustaba… La verdad es que no importaba qué cosa hubiese estado haciendo, siempre tenía los audífonos puestos con el YouTube en marcha. ¿Qué tipo de música? Hip hop. ¿Qué canciones? Las mismas de siempre. Inspiración, Falsedades, Envidias, A criticarme, Raperito de cartón, etc. Entre ellas, y sus respectivos replays, la hora que había alquilado terminaba.
En esa época, sin embargo, era un mal oyente. Si no me gustaba el beat —instrumental sobre el que se rapea, generalmente combinación de bombo y tambor— de la canción, no la reproducía completa. El 95% de la canción, que era la letra, me lo perdía. Para mí era suficiente que el ritmo me incitara a mover la cabeza de adelante atrás. Mi esternocleidomastoideo tuvo un desarrollo increíble.
Y es que, si yo escuchaba hip hop, era por causa de un amigo llamado Kenny. Él era un chico de ascendencia japonesa que rapeaba. Lo conocí en el colegio. Se convirtió para mí en un ejemplo a seguir. Hermanos yo no tengo, así que es probable que viera en él un reemplazo. Comencé incluso a vestir como él: con polos anchos, poleras anchas, los pantalones caídos. Cada que recuerdo ello, se me viene a la mente unos versos de Inspiración:
A los trece años me unté del rap
Empecé a escuchar a varios MC’s, me puse a estudiar
Public Enemy, Rakim, Cool J rap.
Después vino Nas, Biggie y también Wu-Tang.
Eran como enciclopedias
Y yo aprendía estrategias.
Estudiaba sus leyes, hasta vestía como ellos.
Mi mamá me peleaba «No vistas como moreno»
«Súbete esos jeanes que ya casi te llegan al suelo»
Pero yo no quiero, yo seguía con mi rap verdadero
Un hispano vestido de moreno todo completo.
Curiosamente, el año en que lo conocí, y en que conocí gracias a él la cultura del hip hop, tenía trece años, tal como versa la canción. Kenny improvisaba. Le gustaba hacerlo en los recesos. Pero para ello necesitaba que alguien le pusiera la pista, y ese alguien era yo. Poniendo en práctica la fonética aprendida en las clases de lenguaje, escribió unos fonemas en la esquina de una de las hojas de su cuaderno. Luego la cortó y me la entregó. “Apréndetelas” me dijo. “Son fáciles. La pe suena así” e hizo el sonido de un corcho que sale disparado de una botella de champán. “La ese así” e imitó el sonido de un platillo de batería. Lo mismo con la ka, con la combinación de la pe, la ere y la efe. Me explicó que aquello era beatbox y que no era más que reproducir sonidos con la garganta, la boca y las manos. —Ahora, doce años después, sé que, si bien se popularizó en la década de los ochenta en algunos barrios pobres de Nueva York ante la falta de los radiocasetes en ese entonces populares, sus orígenes se remontan a los inicios de la humanidad, cuando lo que se reproducía eran los sonidos provenientes de la naturaleza—. La primera combinación de sonidos que aprendí fue: /p/, /p/, /ts/, /p/ /p/ /p/, /ts/. Luego quise reproducir el instrumental de Drop It Like It’s Hot de Snoop Dogg y me di cuenta de que mi coordinación labios-lengua- cuerdas vocales es nula.
También me habló del grafiti. Me explicó que era una clase de pintura urbana en la que los artistas normalmente pintaban sus tags —firmas personales—, y que había muchas herramientas para hacerlos: espray, plumones Molotow, betunes líquidos. Me interesó; comencé a dibujar letras. —Como dato, menciono que el diccionario lo define como “inscripciones o dibujos hechos en los muros antiguos y hallados en las excavaciones. A menudo referentes a acontecimientos de la vida diaria”—. Cogí una agenda y la hice bloc. Practiqué tageando mi nombre, y copiando las pintas que veía a lo largo de la Vía Expresa cada que iba y venía de la casa de mi abuela con mi papá. Al poco tiempo empecé a crear mis propias letras, mis propios diseños. Con el rap me sucedió algo distinto. Rapeaba solo letras ajenas; jamás tuve éxito con la improvisación, aunque ciertamente fueron muy pocas las veces que lo practiqué. Recuerdo casi nada las palabras de Kenny respecto al rap, pero sé que me hablaba de las rimas, del juego que había que hacerse entre las palabras agudas, graves y esdrújulas. Entre los participios y los gerundios. Las rimas seguidas y las rimas intercaladas. Las terminaciones en vocales. Etc.
«Me di cuenta que, si bien yo no había sido un lector empedernido de niño, y que no lo había sido sino hasta los veintitantos años en que surgieron mis deseos de ser escritor, sí que había tenido influencia literaria, y esa había sido los miles de raps que había escuchado. Me di cuenta de que, en el rap, así como en los libros, se cuentan historias, vivencias que se hallan detrás de muchas noticias que salen en los noticieros diariamente».
Finalizó aquel año y la vida hizo que cogiéramos rumbos distintos, y que, como consecuencia, perdiéramos contacto. Además, hizo que yo dejara de dibujar, pero que también fuera más consciente de lo que oía. Dejé de guiarme solo por el beat. Empecé a predicar en mi casa “Esto es música” mientras cambiaba los discos de boleros de Camilo Sesto por uno de Rakim o uno de G-Unit. De igual manera en el auto de mi papá. Él renegaba. “Tsss… Eso es bulla. Eso es lo que es”. No tuve por mucho tiempo las palabras para argumentar a favor de tan hermoso género. No fue hasta hace unos años que leí un post en el que se ponía en duda el acierto de calificar al hip hop como música, que descubrí por qué me atraía.
En aquel post, el argumento principal era: “La música puede ejecutarse de modo instrumental: cualquier pieza musical (folk, jazz, clásica, rock, medieval, infantil…) posee una melodía y, por tanto, puede reproducirse con un gran piano o con una humilde flauta. Igualmente, uno puede tararear, silbar o canturrear canciones o fragmentos melódicos”. Cosas que, nos dice el autor, no se puede hacer con el rap. Él clasifica este último como “poesía callejera”. Al leer esto, se me ocurrieron dos cosas. Primero, la canción Fe de Errata de Lil Supa que, en lugar de ser cantada sobre el sonido emitido por una consola de disyóquey, es cantada sobre el sonido emitido por un órgano, un bajo, una batería y un saxofón. Y segundo, que efectivamente era muy similar a la poesía. Me di cuenta que, si bien yo no había sido un lector empedernido de niño, y que no lo había sido sino hasta los veintitantos años en que surgieron mis deseos de ser escritor, sí que había tenido influencia literaria, y esa había sido los miles de raps que había escuchado. Me di cuenta de que, en el rap, así como en los libros, se cuentan historias, vivencias que se hallan detrás de muchas noticias que salen en los noticieros diariamente. Por ejemplo, Joselo de Rapper School cuenta la historia de un niño que se convierte en ladrón. Historia de Barrio de Callao Cartel, la de una niña con un futuro prometedor que, por amar a la persona equivocada, lo pierde todo. Y Mundo de Piedra de Canserbero, el final de una familia durante una madrugada. También reflejan historias propias —y acá me voy un ratito hacia el rap estadounidense—, como en It Was A Good Day de Ice Cube: “Hooked it up on later as I hit the do’/Thinking Will I live another twenty fo’?”, que traducido al castellano sería: “Ya tengo algo que hacer en la tarde. Salgo golpeando la puerta/Pensando ¿Viviré otras veinticuatro horas?”.
«Si uno lo piensa bien, las reuniones que hacían aquellos danzantes y músicos eran muy similares a las que hacían los cimarrones en el Perú —y en otros países de América— durante la época del virreinato. […] Diferentes épocas, un mismo sentir: resistencia a un poder que los oprime».
Antes del rap, de la población afroamericana ya había surgido géneros como el jazz y el blues. Y en los años setenta, los disyoqueis, con ayuda de consolas (que constan de dos tocadiscos y un mezclador), y a partir de los vinilos de aquellos géneros —posteriormente de toda música que tuvieran a la mano—, crearon los primeros beats sobre los cuales danzaron los b-boys y las b-girls, y sobre los que rapearon los primeros MC’s. Con b-boys y b-girls me refiero a hombres y mujeres que danzaban lo que ahora se conoce como breakdance. Si uno lo piensa bien, las reuniones que hacían aquellos danzantes y músicos eran muy similares a las que hacían los cimarrones en el Perú —y en otros países de América— durante la época del virreinato. Estos eran esclavos que habían huido y habían formado pequeños pueblos llamados palenques. De ahí surgirían las culturas afroamericanas. Diferentes épocas, un mismo sentir: resistencia a un poder que los oprime.
Y aquí es donde yo quiero decir que no tenemos por qué estigmatizar al rap. Porque lo hacemos. Cuando sube al autobús un muchacho con vestimenta de unas tallas más grande a las que debería usar, guardamos los celulares. Y más aún si lo vemos que sube con su parlante y comienza a vociferar frases sinsentido para nosotros. El rap fue un movimiento que surgió de una inquietud: comunicar la realidad. O quizás, del deseo de sonreír en medio de una realidad tormentosa. En un documental realizado por el rapero Ice-T, Rakim manifiesta: “Mi madre escuchaba mucha música jazz. En la mayoría de ella no se decía ni una palabra, pero se podía ver lo que estaba sucediendo. Te ponía en un estado de ánimo que podías posicionarte donde quisieras. Mi idea era la siguiente: ‘Si pueden hacer esto con un instrumento, yo debería ser capaz de hacer lo mismo, pero con las palabras’. […] Cuando la escuchas, si tenías cinco años, te remontas a esa época. Puedes oler hasta el pollo que se estaba cocinado. Sentir hasta el perfume de tu madre. El olor del coche de tu padre. Cuando empecé a escribir, traté de alcanzar ese conocimiento. Si lo hago de la forma en que debe hacerse, tal vez algún día alguien se sienta de la misma manera en que me siento yo cuando escucho Sexual Healing o Let’s Stay Togheter de Al Green”.
Sigo con el documental: En él, Ice-T les pregunta a todos los raperos que entrevista cuál es su proceso creativo. Aquí nos encontraremos con algo que podría avalar el estigma existente: muchos de ellos manifiestan la necesidad de fumar marihuana antes de sentarse a escribir. Pero, ¿debemos condenarlos por los gustos que pudieran tener? ¿Acaso hemos condenado a Bukowski y a Hemingway por su amor desmesurado a la bebida? Habría que alabar más bien su honestidad y su sinvergüencería. ¿Acaso el arte no es el reflejo del artista? ¿Y acaso el artista no es reflejo de su entorno, de sus experiencias? Además, como toda vertiente artística, con el pasar de los años su estilo ha cambiado, mas no su esencia. Ahora podemos no solo hallar rap norteamericano, sino también francés, colombiano, venezolano, peruano, sueco, italiano, y, estoy seguro, de todas las nacionalidades existentes. Y también en todas las lenguas. Como diría Aldo de los Aldeanos: “Todo reímos y sufrimos en el mismo idioma”.
A continuación, quiero dejarles la obra de cinco artistas —difícil ha sido la elección— que incitan a la reflexión.
- ¿Aceptas?: Cuando se me ocurrió hacer este post, pensé inmediatamente en este tema escrito por Canserbero. Él fue un rapero venezolano cuyo nombre real era Tyrone Gonzáles. Falleció a los veintiocho años. Como muchos grandes artistas, se fue pronto. Regreso a él cada que siento que la esperanza se me va del cuerpo. En su música nos dejó claves para cambiar el mundo. Pruebas son estas frases: «No es una solución dar educación a los pobres, si les das una pobre educación». «Hay mucha gente que no entiende que el gobierno no es el único que debe cambiar para frenar este infierno. Hace falta leer y usar los cuadernos y reconocer que la juventud no es un don eterno».
- Siéntelo: Anier es una rapera española. La descubrí hace un par de años, en un momento crucial de mi vida, cuando estaba hudiéndome en la depresión. Su música me cayó como anillo al dedo. En sus canciones trata mucho este tema, haciendo imposible no identificarse. ¿Cómo no hacerlo con frases como «No creo que sepa escribir poemas. Solo son mis recuerdos entre versos pa’ que duelan»?
- Guapo tarde: Kase.O es también un rapero español. Al principio de su carrera era integrante de la agrupación Violadores de Verso. Ahora lanza sus discos como solista. Esta canción suya me gusta principalmente por dos razones: uno, es autobiográfica —como la clase de libros que me gusta leer—, y dos, hace una referencia a Bukowski, uno de mis autores favoritos.
- Abuso de poder: En estos días duros que atraviesa el Perú, no creo que haya tema más pertinente que este. Noticias, testimonios, videos circulan en redes y nos demuestran el exceso de fuerza usado por la policía. Pero cierto es que eso pasa en todos los rincones del mundo. Gabylonia, rapera venezolana, lanzó este tema el 2016. La frustración y la rabia son claras en su letra: «Respeten a los ciudadanos. Sí, seres humanos que ustedes tratan como gusanos».
- Identirap: Último, pero no por eso menos importante. Más bien, este disco quizá sea el elemento más importante de esta lista. Dedos es su autor. Iba a compartir solo la canción Humaní nunca muere —la segunda del disco—, pero no pude ignorar las demás canciones. Su mensaje es contundente. Dedos es integrante de la agrupación peruana Comité Pokofló, la cual se define a sí misma como «grupo de rap […] cuyo máximo interés es articular con organizaciones de jóvenes que busquen un cambio a la realidad del modelo económico y cultural».