El domingo regresé a dormir al tercer piso de mi casa. Desde los 30 años mi dormitorio fue ese cuartito en el tercer piso con una ventana diminuta como la ventana de una celda, y yo pensaba que era el lugar perfecto para vivir la vida sosegada que quería para mí. Necesitaba evitar todo sobresalto que perturbara mi precaria paz interior (buena parte de mi juventud la pasé pensando ideas violentas, algunas de ellas suicidas, y aunque las fui abandonando sin pena, en parte gracias al viaje que emprendí en solitario por la India, seguía sintiendo que yo mismo valía muy poco y que nunca alcanzaría la felicidad: fantaseaba con vivir solo en el campo, rodeado de perros). […]
En mi lucha entre lo que quiero y debo hacer nace la forma más cruel de juzgarme, por cosas que hice o dejé de hacer. Y digo lucha porque literalmente me peleo. Me peleo fuerte. Y eso se ve manifestado en mi cuerpo con dolores de espalda, cintura y cabeza, incesantes y sin sentido; en mi mente con pensamientos graves y episodios de tristeza profunda y desmedida. Con llantos contenidos; con rabia a flor de piel; con reniegos por lo que estoy eligiendo como vida; con ansiedad que me genera episodios donde no puedo respirar más y deseo que la vida se pase rápido. […]
Días antes de escribirte esta carta me puse a llorar porque sentí que estaba cayendo de nuevo. Supongo que recordarás a qué me refiero: a la vez que estuviste medicado y con psicólogo, llorando en tu cuarto con ganas de castigarte. Sé que será muy difícil olvidar estos momentos, pero espero que ya pienses menos en ellos. ¿Sigues cumpliendo con el reto diario? Ojalá estés escribiéndote a ti mismo “Reto cumplido” en WhatsApp. […]