¿A qué edad tuviste tu primer amor? Cristina lo tuvo a los doce años y a escondidas del papá. El miedo la hizo desistir de este enamoramiento y Virginia, la autora del relato, nos lo cuenta en las siguientes líneas.
La primera vez que el miedo se hizo tangible, yo estaba echada muy cómoda en el mueble de mi sala, plácidamente abstraída por los idilios amorosos del amigo Harry Potter. De pronto, sonó el teléfono. Escuché cómo mi papá se acercaba a contestar y al rato dijo “Cristina, te llama Marcos”. Yo tragué saliva. Me levanté rápido del mueble con el corazón galopando. “Lo va a matar cuando sepa quién es”.
“Hola” dije en voz bajita. El teléfono de la casa no era inalámbrico y estaba estratégicamente mal ubicado al final del pasadizo que conecta los cuartos de la casa. Mi papá estaba sentado en su cuarto leyendo, con un ojo en su diario y un ojo en mí.
“¿Cómo estás?” me dijo Marcos. No había sabido nada de mí en mucho tiempo y estaba preocupado por su enamorada. Era enero o febrero y estábamos de vacaciones en el colegio. No nos veíamos desde diciembre. “No puedo hablar, te llamo después” le dije de manera cortante. Luego de colgar me di cuenta de que no tenía el número de su casa. Qué pavaza.
Regresé al mueble y quedé perturbada. Tenía que hacer algo para cortar esa relación. Y no porque no quisiera a Marcos, sino porque tenía miedo de que volviera a llamar y quedar en evidencia. Me imaginaba a mi papá yendo al colegio para hablar con él sobre sus intenciones, prohibiéndome verlo, espiándome. Me espantaba la idea de que pudiera enterarse.
Al día siguiente decidí terminar por e-mail. Eso estuvo horrible, ahora que lo pienso. ¿Cómo hice algo así? Mis dos mejores amigas de esa época no lo aprobaron, me dijeron que me esperara al inicio de clases del colegio. Pobrecito. Yo en ese momento pensaba que tenía que hacer el trámite lo más rápido posible. No podía vivir tranquila pensando que otra vez me llamaría por teléfono (interrumpiendo mi apacible tarde de lectura harrypottense) y que mi papá respondería esa llamada.
Al día siguiente cogí una hoja y un lápiz y escribí una carta, para ese entonces ya gustaba de escribir y creo que me salió bonita, bueno… dentro de lo que una carta de desamor puede serlo. Luego de ello fui a una cabina de internet. No recuerdo bien si copié al pie de la letra el texto de mi carta o si puse algo así como: no tengo tiempo y me he dado cuenta que no quiero tener una relación. De igual manera, qué penoso, una pobre excusa. Él, a los pocos días, me envió una carta por e-mail también. Nunca la leí y me arrepiento. Varios meses después intenté recuperarla, pero no pude. Maldito Hotmail.
Recuerdo que cuando volvimos a clases fue incómodo, no nos saludábamos. Un día hubo una charla para todo secundaria en el tercer piso del colegio. Yo estaba en segundo año y él en cuarto. Ya había terminado la charla y me dirigía de nuevo al salón de clases, mis amigas se habían adelantado así que estaba sola. Fue ahí que me crucé con Marcos. Nos miramos. Mi corazón latió fuerte y él me cogió de la cintura, como para que no siga avanzando, y me dijo “¿Podemos hablar?” a lo que respondí automáticamente “Sí, claro”.
Fue en ese momento que apareció un remolino de pensamientos en mi mente y pensé “¿Por qué carajos lo terminé por mail?”. En fin, él me preguntó si estábamos bien, le dije que sí, le pedí disculpas por terminar así y me dijo que me perdonaba, que quería que estemos bien. Sentí que todo lo incómodo de haber terminado de esa manera se esfumaba, estuve más tranquila, pude ofrecer la disculpa que había estado guardando. Qué lindo chico, pienso ahora, mi Cristina de 29 lo admira por eso.
«Al día siguiente cogí una hoja y un lápiz y escribí una carta, para ese entonces ya gustaba de escribir y creo que me salió bonita, bueno… dentro de lo que una carta de desamor puede serlo.»
Dos años después coincidimos en Messenger y conversamos largo y tendido. Nos dimos cuenta de que teníamos varias cosas en común, las alergias, los gustos por la lectura, la comida, sentido del humor similar… fue una buena charla, después de tan terrible experiencia. En ese momento estaba en cuarto de secundaria y él preparándose para ingresar a la universidad. Me alegró que hubiéramos superado ese impase. Espero que ahora sea muy feliz en lo que sea que esté haciendo.
Esta historia es una muestra contundente de que el miedo es el rey de los “si hubiera”. De dónde viene el mío, ni idea.
¿Quién termina de manera tan intempestiva con su primer amor, sin siquiera darle una chance? ¿Por qué no me la jugué? Preguntas qué quizá la Cristina de 12 no supo responderse y que ahora la Cristina de 29 tampoco puede. De hecho, siempre pensé que a los 29 tendría la vida solucionada con un norte claro. Algo así como tener una hoja de ruta en mano para solo seguir las flechas. Qué ilusa.
Recuerdo que después de ese impase con Marcos, me prometí que la próxima vez que me enamorara iba a ir con todo menos con miedo. Esta vez iba a dejarle en claro a esa persona que la quería, que estaba dispuesta a pasar vergüenzas con mi papá, con tal de mantener la relación a salvo.
Cuando esta persona llegó, habían pasado otras relaciones de por medio, también saboteadas por el miedo. Pero para esta me propuse dejar salir mi lado más cursi y romántico.
Esta vez no cortaba las llamadas, más bien las hacía yo. No mandaba mensajes por mail fulminantes, le escribía cartas. Dejé salir mi lado más vulnerable. Me encargué de hacerle saber a esa persona que realmente la quería.
«Me prometí que la próxima vez que me enamorara iba a ir con todo menos con miedo.»
Para cuando rompieron mi corazón, este ya estaba tan entregado que tuvo que vendarse más de lo que me hubiera gustado. Se armó sus propias muletas para seguir caminando. Seguí por un tiempo en piloto automático, hasta que mi corazón fue recuperando el color rojo. Las cicatrices se fueron difuminando como el maquillaje en el rostro. Poco a poco fui aprendiendo que después de un mal rato vienen más malos ratos, pero una ya sabe cómo surfearlos.
Recuerdo que meses después de esa ruptura estaba en el Tizón de Barranco, en la despedida de una buena amiga que se iría a Japón para hacer su maestría. Sentada en uno de los muebles del bar conversaba con Laura, otra amiga. En medio de nuestra charla profunda sobre el amor y la vida adulta, me dijo: “Mi hermana mayor conoció a su esposo a los 29 años, imagínate, a los 29, ya estaba grande”. En ese momento pensé: ¡Wow, 29! ¿Qué estaré haciendo a esa edad? Y bueno, aquí estoy, firmando la carta de despido a mi querido miedo, diciéndole que puede tomarse un break. Ahora solo quiero tener cerca la ilusión y la esperanza, quizá con ellas me vaya bien.